Historia

¿Pudo Stalin convertirse en pope?

Tras ser admitido como pensionista en el Seminario Teologal durante su adolescencia, los responsables del centro acabaron expulsándole, convencidos de que tenía más de revolucionario que de sacerdote

Cantaba en solitario los salmos en la misa solemne del aniversario de Alejandro III
Cantaba en solitario los salmos en la misa solemne del aniversario de Alejandro IIIlarazon

Tras ser admitido como pensionista en el Seminario Teologal durante su adolescencia, los responsables del centro acabaron expulsándole, convencidos de que tenía más de revolucionario que de sacerdote

Nacido el 21 de diciembre de 1879 en la pequeña aldea georgiana de Gori, el recién llegado al mundo Yosif Vissarionovich Dzhugashvili adoptaría a lo largo de su vida, como Mefistófeles, un sinfín de identidades: Sosso, Koba, David Nizheradze, José Ivanovich, Budu Bosochvili, David Chizhikov, Organess Totomyants, Pyotr Galkin... y José Stalin. Uno de los camaradas que más cerca estaría de Stalin durante muchos años, Lazar Kaganovitz, lo describiría como un «hombre distinto en cada ocasión», asegurando haber conocido «por lo menos a cinco o seis Stalins diferentes». La madre de Stalin, Yekaterina Dzhugashvili, acogió con enorme alegría el alumbramiento del único superviviente tras haber perdido con pocos meses a sus tres enfermizos hijos. «Le pondré de nombre José. Él será mi Sosso, mi Sosselo», proclamó ilusionada a sus vecinos.

Desde el principio, la devota madre estaba convencida de que su único hijo, bautizado en el pequeño templo de la localidad, dedicaría su vida a servir a Dios, como patriarca de la Iglesia ortodoxa georgiana, nada menos.

Sobrevivir en Gori, población de unos 7.500 habitantes, no era tarea fácil para esta abnegada mujer, que enseguida tuvo que ponerse a limpiar las casas de los ricos comerciantes porque su marido, Vissarion Dzhugashvili, zapatero remendón, se gastaba los pocos kopeks que ganaba en beber más de la cuenta. Alguna que otra paliza recibió este padre alcohólico a manos de sus clientes por no reparar a tiempo su calzado de cuero en unos tiempos en los que poseer botas de piel era signo evidente de riqueza. Y más de una tunda propinó luego él a su pobre mujer. Georgia formaba, con Armenia y el Azerbaiyán, la Transcaucasia, al sur del Cáucaso, entre el Mar Negro y el Caspio. Su atribulada y caballeresca historia marcaría el carácter de José, como la llegada de inmigrantes de la isla iraní de Dzhu, muchos de ellos marranos y judíos portugueses. En su lengua, el término «dzhuga» significaba «nativos de la isla de Dzhu», como se describía a los israelitas. Siglos después, los descendientes de aquellos inmigrantes fueron denominados «dzhugashvili», es decir, «hijos de Dzhu». Por eso el apellido Dzhugashvili revelaba que José Stalin tenía en sus venas sangre judía. A los diez años, José superó con honores el examen de ingreso en el Colegio Teologal. Era un niño débil y enfermizo que movía con dificultad el brazo derecho, tenía el izquierdo más corto de lo normal y pegados los dedos segundo y tercero de cada pie. Pero esas taras no le impedían disfrutar de su afición a la danza, bailando la giga sobre las losas del mercado de Gori.

Las vueltas que da la vida

Tenía además una buena voz , que exhibía en las funciones del Colegio Teologal. En el aniversario del emperador Alejandro III, a su madre se le cayó la baba mientras su Sosso cantaba en solitario los salmos en la misa solemne. ¡Las vueltas que daría la vida!

Desde joven aprendió a dominar a las gentes más débiles que él. No era más instruido o elocuente que los demás. Poseía dos cualidades innatas que supo aprovechar: era frío y persistente, entendida esta última cualidad en su sentido más práctico. Jamás se alteraba ni se rendía a los impulsos. Cuando contestaba a las preguntas del profesor en la escuela lo hacía sin apresurarse. Sólo si su respuesta estaba bien fundada, la daba sin demora. Si no era así, se reservaba durante un rato antes de pronunciarla. La frialdad y la persistencia le dieron una enorme ventaja sobre sus compañeros revolucionarios, en su mayor parte impulsivos, precipitados e ingenuos.

Ya en esa época, el joven no vacilaba en alentar disputas entre sus adversarios, en calumniarlos y en urdir intrigas contra los que parecían superiores a él y podían obstaculizar su avance. Sólo eran amigos suyos quienes se sometían a su dominante voluntad. Cualquiera que intentase refutarle o explicarle algo se convertía en su acérrimo enemigo. Era vengativo y sabía asestar el golpe en los puntos débiles.

De su Gori natal, José se marchó con quince años a Tíflis, la antigua capital de los reyes de Georgia, donde fue admitido como pensionista en el Seminario Teologal. Allí llevó al principio una actividad monótona y triste, encerrado en un edificio de cuatro plantas que parecía un cuartel custodiado por monjes aislados del mundanal ruido. Hasta que el rector ruso, Fray Hermógenes, y el inspector georgiano, Fray Abashidze, acabaron expulsándole de allí, convencidos de que el muchacho tenía mucho más de revolucionario que de futuro pope. Ignoraban, eso sí, que llegaría a convertirse en genocida.

Stalin era un joven cruel y sádico. En la cárcel de Bakú, le preguntó a su compañero de celda si le atraía la sangre. Y empuñando un cuchillo que llevaba oculto en una de sus botas, se levantó una pernera y se hizo un profundo corte en la pierna. «¡Ahí la tienes!», le dijo. Más tarde, siendo dignatario del Soviet, le gustaba divertirse en su casa de campo degollando ovejas o derramando petróleo sobre hormigueros, a los que prendía fuego. Si algo se puso en evidencia era que Stalin carecía del vigor intelectual de otros bolcheviques. Jamás participó en trabajos teóricos ni escribió una tesis política; tampoco redactó discurso alguno sobre cuestiones que apasionaban a los dirigentes. «Déjalo, Koba, no te pongas en ridículo. Todo el mundo sabe que la teoría no es tu fuerte», le dijo en una ocasión el comunista David Riazonov, que pagaría bien cara su afrenta.

@JMZavalaOficial