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Christian Gálvez: «Escribiendo libros no se gana un carajo, es más rentable la televisión»

No se puede pasar palabra. Desde marzo es oficialmente experto en Leonardo da Vinci, tras escribir cuatro libros y once cuentos sobre él. Dejó Magisterio porque no estaba de acuerdo con la visión que los políticos tenían de la educación. Ahora él sí que puede dar clase.

Christian Gálvez
Christian Gálvezlarazon

No se puede pasar palabra. Desde marzo es oficialmente experto en Leonardo da Vinci, tras escribir cuatro libros y once cuentos sobre él. Dejó Magisterio porque no estaba de acuerdo con la visión que los políticos tenían de la educación. Ahora él sí que puede dar clase.

El presentador de «Pasapalabra» no le falta labia. Habla clarito y directo, dinamitando su imagen de chico bueno, que lo es, aunque tampoco le falta un punto canalla. Su vida profesional va más allá de un rosco con todo el alfabeto, aunque piensa que presentar un concurso en el que se concilia el entretenimiento con la cultura es una de las me-
jores labores que se pueden realizar en televisión. No es mucho de presumir, pero desde marzo es considerado experto mundial de da Vinci, lo que le permite, atención, a dar el visto bueno a la posibilidad de que se pueda exhumar el cuerpo de uno de los nombres propios del Renacimiento.

–¿Cómo se quedó cuando le comunicaron que era experto en da Vinci?

–Frío y caliente a la vez porque al final, después de tantos años de trabajo, uno no tiene como objetivo que nadie te reconozca ni, por supuesto, que formes parte del proyecto Leonardo. Pero cuando sucede parece que todo tiene un sentido. Me siento muy agradecido, sobre todo, por la falta de prejuicios que hay fuera de este país.

–Supongo que es porque no se le conoce tanto...

–Pero tampoco son tontos. Ellos reflexionan: «Esta persona escribe sobre Leonardo y lo que cuenta es pertinente, útil y además lo avala con una investigación histórica y científica muy rigurosa. Encima es presentador de televisión. Es decir, que sabe comunicar. Entonces, perfecto». Creen en la multidisciplina y es muy loable que no piensen «este tío escribe libros. Sale en la tele sí, pero no es un friki».

–¿Cuándo descubrió su pasión por él?

–En noviembre de 2009 en Milán. Estaba haciendo un anuncio para Mediaset para una marca de sofás y era más barato hacerlo allí. Como tuve tiempo libre me acerqué de rebote a «La última cena». Todavía tenía en mente los coletazos de «El Código da Vinci» de Dan Brown, de si María Magdalena estaba o no en la pintura. Y me di cuenta de que no estaba.

–Le cuento: la primera vez que fui al Louvre no hice una foto de La Gioconda sino de la cantidad de gente a la que le estaban haciendo foto posando con el cuadro. ¿Por qué fascina tanto La Gioconda? ¿o es Leonardo?

–No, es La Gioconda. Por que si sales de la sala del Louvre en la que está hay otras pinturas de él en el pasillo y nadie se para a verlas. ¿Por qué? Tiene ese halo de misterio, de quién es o quién no. ¿Es Leonardo retratado desde el punto de vista de una mujer? Hay poca documentación.

–Antes ha citado a Dan Brown, ¿de verdad le gusta?

–Con su libro disfruté y lo sigo haciendo, pero su problema es que no se documenta, aunque creo que es un buen narrador.

–Leyendo sus libros se percibe una relación amor y odio con el florentino.

–Es cierto. Siempre lo digo cuando doy charlas para los jóvenes y los peques. Leonardo fue un fracasado toda su vida y esto lo defenderé ante quien sea que se ponga delante de mí. Fracasó en Vinci, en Florencia, en Roma, en Venecia, en Milán y sólo triunfó los tres últimos años de su vida. Únicamente en Francia con Francisco I. ¡Mire, ya estamos hablando de fuga de cerebros y era en el Renacimiento! Mi relación con él es complicada, para mí no es un ídolo sino un referente. Admiro de él un montón de cosas pero también critico muchas.

–¿Estamos ante un loco?

–No, simplemente era muy contradictorio y un mercenario. Odiaba los conflictos bélicos, pero aceptó que le contratase César Borgia para inventar máquinas de guerra en las campañas de la reconquista de la Toscana. Era vegetariano y las únicas recetas que nos ha legado son carnívoras. La verdad es que no le admiro.

–Quizá porque usted es más íntegro.

–Vamos a ver. Cuando yo me comprometo a hacer un trabajo y firmo el contrato... Puede que luego me arrepienta más o menos, pero tengo que cumplir mi palabra. No me gusta la gente veleta. En el caso de Da Vinci, no es que me disguste, pero me chirría que utilizase la pintura para ganar dinero y dedicarse a la ciencia. Dominó catorce ramas del saber y solo una era el arte.

–Dígame algo de la vida cotidiana que se pueda aprender de Leonardo da Vinci.

–A pesar de que se equivocó muchísimas veces, nunca dejó de perseverar en lo que creía. Unas veces se gana y otras se pierde. Y tenía cinco valores dignos de mención: curiosidad, capacidad de observación, perseverancia, sacrificio y la pasión y la convicción de que podía lograr lo que se propusiese.

–¿Se haría con él un «Pasapalabra»?

–Por preguntarle, tendría 50.000 temas que abordar con él. Pero si pudiese viajar en el tiempo y sólo pudiera decirle una cosa, le diría: «Enhorabuena, lo conseguiste, volamos». No le pondría verde porque para eso ya están las redes sociales y él no las conoce.

–¿Las editoriales apoyan a escritores que son personajes conocidos para asegurarse las ventas?

–Te puede servir, tampoco vamos a engañarnos, y la gente probablemente pique a la primera pero a la segunda, no. Es complicado. Además, el hecho de escribir un libro es un marrón porque en televisión se gana infinitamente más que escribiendo libros. En la literatura no se gana un carajo. Con este panorama el daño colateral es tan grande que es un riesgo de la leche.

–¿Para saber escribir hay que leer mucho?

–Por supuesto o, por lo menos, ponerle mucho interés porque a veces algunos se atragantan. Sin embargo, termino todos los que leo.

–¿Qué me recomendaría?

–«El Conde de Montecristo», «Caballo de Troya» y la pentalogía de Ramsés.

–Ha dicho que da charlas a los jóvenes. ¿A quién buscan, al Gálvez presentador o al erudito?

–Los estudiantes no te etiquetan como sucede con los adultos. Ellos no son los que te llaman advenedizo si publicas un libro. Están abiertos a todo tipo de experiencias. Cuando me llaman me siento un poco como Steve Jobs, ya que voy a facultades cuando yo no llegué a diplomarme. Es lo primero que les digo: «Os va a dar consejos alguien que no ha hecho lo que vosotros estáis haciendo. Puedo ser válido o no, pero también os puedo enseñar cómo no hacer las cosas».

–¿Por ejemplo?

–En la carrera no fui un ejemplo de constancia. Dejé Magisterio a pesar de que hubo un momento en mi vida en que me apasionaba y quería ser profesor, pero se apagó esa ilusión. Lo que les insisto, por propia experiencia, es que pueden estudiar aquello que sus padres les han dicho, pensando que es las que pueden tener más salida laboral y mayor proyección de futuro, pero la realidad es que no tenemos ni idea de lo que va a ocurrir dentro de cinco años. Hay chavales a los que les gusta mucho los videojuegos y estar delante del ordenador... ¿Quién sabe si ahí está un campo de oportunidades profesionales enorme? La crisis desgraciadamente ha demostrado que la preparación ha dejado de ser un valor a tener en cuenta. Por eso insisto en que hagan las cosas que les apasionen, porque si no el día de mañana se arrepentirán. Por no hablar del sistema educativo...

–Básicamente, que es un desastre. Todo el mundo lo dice pero nadie hace nada.

–Creo que existe un fallo fundamental: los políticos no escuchan a los profesores.

–Yo creo que no prestan atención a casi nadie.

–Seguramente. Pero insisto en la educación. No me siento frustrado por haber dejado los estudios, pero sí por la escasa motivación que se les da a los alumnos.

–Sé que no necesita consuelo, pero «Pasapalabra» es un programa que educa al espectador.

–Pues sí, porque el programa aúna entretenimiento y cultura y sé transmitirlo. En eso consiste la educación. Y en mis libros hay un componente pedagógico, por lo que puede que sí me sirviesen esos dos años en Magisterio.

–Hablemos de su pasión por los «selfies», porque en su programa se hace muchos...

–Sí. Pero, fíjese, el otro día estuve en el concierto de Guns N’ Roses... (le interrumpo).

–¡Qué me dice, no le pega nada!

–¿No ve? Usted también tiene prejuicios y volvemos a las etiquetas. Se tiende a demonizar y llega un momento que me da igual. No me hace ser mejor o peor persona, ni mejor o peor profesional, ni escribir mejor o peor. Me hace ser Chris.

–Sigamos con Gun N’ Roses.

–Le cuento: todo el mundo sacaba los móviles para grabarlo. Yo no, quería vivirlo. Al final cuando alguien se hace un «selfie» lo que está diciendo a los demás: «Mira con quién estoy o mira quién está conmigo».

–Incluso se va más allá con los «selfies», ¿es un síntoma de vanidad?

–Sí. Para muchos lo importante no es tanto dónde está sino que le miren a ellos. Es como si nos comentasen subliminalmente: « No te distraigas con el entorno, mírame a mí, que soy el centro de atención». Qué se le va a hacer. Creo que los mejores recuerdos se quedan en la piel.

–¿Se ha dado cuenta de que en Facebook nadie cuenta penas?

–El mío lo he cerrado. De verdad, ¿es necesario contarlo todo? Puede que sí porque sirva de terapia, aunque a lo mejor es una llamada de atención. El planteamiento de Facebook es extraño: o tienes a personas que apenas conoces o a íntimos amigos. En este último caso, prefiero llamarles por teléfono y quedar a tomar un café.

–¿Le importa que le pregunte por su esposa, Almudena Cid?

–No tenemos nada que ocultar. Nuestra relación con la Prensa es muy normal, quizá porque no damos titulares o no los que ellos quieren. Ella continúa con su carrera de actriz poquito a poquito, pero admiro su perseverancia.

–Ha sido embajador de la Fundación Atlético de Madrid, patrono de la Fundación Curarte, de la Fundación Alia2... Algunos dicen que esa contribución de los famosos es para mejorar su imagen.

–Mienten. Defiendo a todos los personajes públicos que se prestan a distintas labores solidarias, aunque gente malpensada habrá siempre. En mi caso puedo decir que me aporta muchísimas cosas y me pone en mi sitio. Es una cura de humildad. Recibes mucho más de lo que das.