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Jaime Rosales: «No entiendo por qué Spielberg es tan importante»

Es nuestro cineasta, junto a Almodóvar, al que más fidelidad profesa el Festival de Cannes. Película que hace, película que viaja a La Croisette. Le queda pendiente una cuenta con el gran público que pretende saldar con «Petra»

Cristina Bejarano
Cristina Bejaranolarazon

Es nuestro cineasta, junto a Almodóvar, al que más fidelidad profesa el Festival de Cannes. Película que hace, película que viaja a La Croisette. Le queda pendiente una cuenta con el gran público que pretende saldar con «Petra».

E director de «Las horas del día» o «La soledad» pretende saldar su cuenta pendiente con el gran público con «Petra», el «drama griego» con Bárbara Lennie y Álex Brendehmül que ha terminado de rodar y que se encuentra en fase de montaje.

–Se ha propuesto «seducir» al espectador...

–Todo acaba y empieza en «Sueño y silencio», una cinta muy personal, con la que me di cuenta de que tenía que dar un cambio, que empezó con «Hermosa juventud». «Petra» es otro eslabón. Se trata de contar cosas que me interesan pero con temáticas universales.

–Amor, odio...

–Sí, y la búsqueda de la identidad y la fuerza del destino: creemos que tenemos el control de nuestras vidas pero cuanto más lo intentamos controlar más se descontrola y ocurre lo opuesto a nuestros deseos.

–Ha echado mano de un guionista «comercial» como Michel Gaztambide («No habrá paz para los malvados»), de música por primera vez en su cine, de actores consolidados...

–El encuentro con el público se apoya en un guión que tenga intriga, que lleve al espectador a preguntarse qué va a pasar, basado en los modelos de la tragedia griega, con personajes con varias dimensiones y contradictorios. Por el lado de la dirección buscamos soluciones que aporten un punto de vista original y sorpresivo. Hemos rodado pensando siempre en que no podemos repetirnos a nosotros mismos.

–¿Le frustra haber puesto de acuerdo a la crítica y los festivales pero no llegar al gran público?

–Lo veo como un proceso y una motivación, llegar a ellos sin renunciar a la calidad. Es una operación difícil pero no imposible. No creo que calidad y festivales sean incompatibles con el público. Pero yo no he dado con esa clave.

–¿Experimentar como ha hecho usted con su cine sale más caro a nivel de audiencia que antes?

–No creo que lo sea ahora más, pero lograr que un experimento cuaje es siempre difícil, aunque posible. Cuando de repente Godard con «Al final de la escapada» mete el «jump cut» se preguntaban si eso se podía hacer y hoy en día lo vemos en el «mainstream», que va absorbiendo lo que hace el cine de investigación, como ahora la televisión se nutre del cine. Es un proceso muy natural, en el que no hay nada que esté desajustado. Hay directores que aportan y buscan soluciones nuevas, los creadores, y otros que las aplican, los artesanos, que también tienen valor, pero yo intento trabajar en la esfera de los creadores.

–Hablando de televisión, ¿ha sucumbido al «tsunami» de las series?

–No me llama la atención. Creo que está sobredimensionado. Alguna, como «The Crown», sí me ha gustado, pero otras que me decía que eran una maravilla me parecieron bastante pobres en puesta escena y con fórmulas previsibles. Sí es interesante ver cómo la tele ha absorbido el lenguaje clásico del cine. Ahora bien, el cine tiene que seguir siendo cine y no puede ser televisión. Me fascina la búsqueda de qué tiene que ser nuevo cine. A un espectador que va a una sala a pagar 9 euros hay que proponerle algo que no va a poder ver en su casa.

–Una característica de su cine es la irrupción de la violencia en plena rutina, y siempre utilizando la elipsis o el fuera de campo. ¿Estamos demasiado expuestos a la violencia?

–El planteamiento adecuado con la violencia es que no debe ser espectacular. Eso mata la mirada crítica. La violencia es algo malo, aunque el ser humano la lleva con él. A mí me llama la atención la violencia cuando es inesperada, una ruptura de la lógica.

–¿Cuál es su experiencia más bonita como cineasta?

–La primera proyección de «Las horas del día» en Cannes. Ese primer encuentro con el público es irrepetible, con la presión pero también la ilusion.

–¿Qué tiene usted para que Cannes se haya fijado en su cine?

–La suerte tiene una enorme parte. Desde mi primera película llegué de manera azarosa y a partir de entonces el cine que a mí me ha interesado como espectador y director era el cine de Cannes, que tiene una parte formal y valora ese componente. He seguido ese camino y luego está el azar.

–Sin embargo, fuera de usted y algún otro, cada año Cannes es un erial para los españoles...

–Ni el espectador ni los directores españoles están muy hechos a ese tipo de cine. Es como si en un concurso de pizzas haces una paella; ponte a hacer pizzas y a lo mejor entras ahí.

–¿Cuál fue su primer encuentro con el cine?

–Las películas de Tarzán que vi de pequeño. Me encantaban esas películas infantiles. De las fiestas lo que más me gustaba era cuando pasaban una película.

–¿Aquello despertó su vocación?

–No, para nada. Llegué al cine de rebote, porque no era bueno escribiendo, pintando o con la música. Pensé que el cine sería más fácil y así lo ha sido.

–O sea, que puesto a elegir dones, ¿con qué se hubiera quedado?

–Pintor, escritor o músico me parece más potente.

–¿Quizá porque es una actividad más solitaria que el cine?

–Bueno, esa parte comunal o de proceso colectivo del cine me gusta. Trabajar con otros, unir talentos, y eso se da menos en las otras artes. Pero me da la sensación de que la pintura o la música tienen más recorrido en el tiempo. Las películas se acabarán deshaciendo y «El Quijote» o un Picasso quizás no.

–¿Un libro para el verano?

–A mí curiosamente me gusta aprovecharlo para leer cosas muy densas porque tienes tiempo libre, así que estoy leyendo un ensayo de 800 páginas sobre Tarkovski.

–Sorpréndame con una recomendación más ligerita.

–Siempre tengo el proyecto de leer el «Ulises» de Joyce y «El Quijote».

–¿En un mismo verano?

–No, no, uno por verano.

–Y eso mientras escucha...

–Me gusta todo tipo de música menos el pop. Rock, punk, funk, jazz, bossa nova, chançon, clásica, ópera... Menos pop, todo. The Cure me encanta o Led Zeppelin. Soy muy ecléctico.

–¿En la playa o la montaña?

–En Mallorca. Me gusta todo de la isla, el mar maravilloso que tiene, los amigos, la compañía... Tenía vínculo familiar, ya iba ya con mis padres, y mi mujer es mallorquina.

–¿Se ha «cargado» algunas vacaciones por una idea inesperada?

–No, con el tiempo me he dado cuenta del consejo de un amigo de que el verano no es un buen momento para tomar decisiones. Hay que tomarlas en septiembre.

–Dicen de usted que es minucioso, autoexigente...

–No lo suficiente. Mis películas me parecen enormemente imprecisas. Hay más planos que no me gustan a los que me gustan.

–¿Qué piensa cuando ve el «Top 5» de la cartelera plagado de monstruos y superhéroes ?

–Es como todo. Hay un tipo de producto para consumo masivo y otro exquisito y minoritario.

–Acaba de entrar en la Academia de Cine.

–Me invitó Mariano Barroso, que fue maestro mío y eso en mi caso pesó mucho. Lo que hace la Academia es promover el cine de nuestro país y cuanto más se abra a diferentes estilos, mejor será.

–En «Hermosa Juventud», Torbe hizo un cameo. ¿Le sorprendió su detención ?

–No conozco los detalles de su caso pero conmigo se portó muybien. Espero que se aclaren las cosas y siga su vida de la mejor manera que pueda. Él se dedica a una actividad que es lógicamente inquietante.

–¿De cuál de sus películas se siente más orgulloso?

–Desde el punto de vista artístico, «Seño y silencio», que es la que peor ha funcionado en cines. Desde el punto de vista de público, «La soledad».

–Con «Disparo en la cabeza» se metió en el berenjenal del terrorismo, seguro que se llevó algún disgusto...

–Mi impresión era que aquel era el momento de buscar una solución y la hice para contribuir. Pero cuando te metes en ese embrollo te enfangas. Recibí muchas críticas, fue muy intenso y muy dura la recepción de determinados intelectuales que se pusieron en mi contra.

–¿No estaba preparado?

–No. Me esperaba que el mensaje conciliador iba a ser más claramente recibido por todas partes.

–Mójese, ¿sala o cine en casa?

–Me daría mucha pena que desapareciesen las salas. Lo que sí es cierto es que tienen que tener sentido para el espectador. La sala es un lugar muy exigente, el espectador no va a ir porque sí, como pasó cuando se intentó que fueran a ver fútbol. No cuajó.

–¿Es usted de cine de verano?

–No tanto. Si voy a ver una película quiero verla bien y no sin saber si va a llover o a hacer calor o frío.

–Por cierto, ¿es usted futbolero?

–Muy del Barça.

–Mal año para serlo...

–Pésimo, dramático.

–¿Qué ha pasado?

–El Barçá tiene que aspirar a todo, no a lo mismo que el Sevilla o el Espanyol, pero este año ha sido malo porque se ha alimentado de unos jugadores en el medio campo que por edad se han ido retirando y no son fáciles de sustituir.

–Vamos, que el gol de Messi al Madrid fue una gran alegría...

–Este año perdí rápidamente la fe por eso del centro del campo, aunque tengamos la mejor delantera del mundo. El Madrid ha tenido mejor plantilla y ha dosificado bien. Y te lo digo yo que soy un gran odiador del Madrid, como Piqué. Creo que es consustancial del culé el odio al Madrid, pero aún así admiramos mucho a Zidane .

––¿Y los toros?

–Me interesa José Tomás como figura estética-mítica, pero es un lenguaje el de los toros que no entiendo. El cine, mi familia y el fútbol son mis grandes aficiones.

–Pues sigamos con el fútbol, ¿quién es para usted el Messi del cine español?

–Buñuel, sin duda. Luego Almodóvar, Erice... Pero Buñuel vive en una parte del edificio donde también están Tarkovsky, Orson Welles...

–¿Un cineasta sobrevalorado?

–Spielberg. No entiendo por qué es tan importante.