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Mario Vaquerizo: «Mi relación con Alaska no es ningún montaje»

Es como un circo de tres pistas. Su verborrea le descoloca hasta a él porque piensa más rápido que habla. Se define como un currante «un poco tirano», defiende su relación con Alaska (más tradicional de lo que parece), y, a pesar de parecer tan moderno, es muy tradicional de puertas para dentro.

Mario Vaquerizo
Mario Vaquerizolarazon

Es como un circo de tres pistas. Su verborrea le descoloca hasta a él porque piensa más rápido que habla. Se define como un currante «un poco tirano», defiende su relación con Alaska (más tradicional de lo que parece), y, a pesar de parecer tan moderno, es muy tradicional de puertas para dentro.

o se equivoquen. En el caso de Mario Vaquerizo, el personaje no ha devorado a la persona. Es exactamente como lo ven: tan nervioso y derrocha tanta pasión que el efecto colateral es una colisión de palabras, que se le juntan todas en la boca y salen a su manera, aparentemente incomprensible. Sin embargo, él consigue que le entienda todo el mundo. Pero también tiene su envés. Ahí donde lo ven, tan aparentemente alocado y un disfrutón de la vida, se oculta un trabajador perfeccionista hasta la obsesión. Es entonces cuando no puede evitar una pulsión dictatorial que, afortunadamente, le dura lo mismo que una tormenta de verano.

–¿Cómo hace para generar tantos titulares en tan poco tiempo?

–Estoy muy seguro de mí mismo: digo las cosas según me pille el cuerpo, aunque me he dado cuenta de que se puede descontextualizar. Yo no me caso con nadie: ni soy blanco ni negro ni dogmático. No es que quiera darlos, pero tengo un «background» que los genera. Si estoy cómodo en una entrevista, ésta se convierte en un ejercicio de reafirmación. Es verdad que la gente que me quiere tiende a sobreprotegerme y dice: «Niño, no digas esas cosas». Y los entiendo porque a mí me pasa también. Soy muy padre con mis amigos y muchas veces lo único que logras es coartar la libertad de las personas. Somos adultos e inteligentes, pero no podemos evitar la madre que llevamos dentro.

–¿Qué haría si no se pudiese tomar una cerveza?

–Ponerme muy nervioso. Me he puesto a dieta, no para adelgazar, que ya lo estoy, sino porque hay días que se me olvida comer, pero tomarme un tercio no... ¡Ja, ja, ja! Cada año me hago análisis y salen perfectos. Tengo la suerte de que no me gusta el alcohol de alta graduación, por lo que mi hígado está perfecto. Me puedo tomar una media de cinco o seis cervezas al día y eso no impide que funcione con normalidad. Pero es cierto que hay que tener cuidado con las adicciones. Son malas porque implican esclavitud y eso no me gusta.

–Su grupo, Nancys Rubias, ha vuelto con el disco «Marcianos ye-yés». Ha cambiado de «look» y le tengo que decir que están divinos de la muerte.

–Gracias al señor Juan Gatti ahora somos psicodélicos chic, no unos perros flauta hippies como se lleva ahora. Hay momentos en que hay que dejarse asesorar. ¡Quién puede presumir de tener como letrista a Nacho Canut...! Muy poca gente. Las buenas canciones jamás envejecen. Siempre digo que no está reñido que te guste Manuel Alejandro y Canut, ambos son unos genios. Tienen un don que no se aprende, se nace con él. Y las Nancys, como estamos desprovistas de esa genialidad, sí que tenemos la inteligencia de rodearnos de los mejores.

–¿Le molestan los reportajes en los que se habla de lo que han ganado Alaska y Mario?

–Mienten, pero en el fondo me vienen muy bien. Soy muy currante. ¿Por qué ganamos tanto? Hay semanas que estoy trabajando de domingo a domingo. Y no me importa porque lo que hago formaba parte de mis aficiones. La diferencia es que ahora cobro. Si tú no quieres tener más dinero, no trabajes, es una elección. Voy a estar dos meses de vacaciones porque me lo merezco. Me gano la vida desde que tenía 16 años. Empecé trabajando en los marcadores de baloncesto del Palacio de los Deportes, después estudié en la universidad mientras me buscaba la vida como «freelance». Y ni siquiera lo hacía gratis, algunos reportajes me los pagaba porque lo consideraba una inversión. La capacidad de esfuerzo y de sacrificio la tengo muy arraigada desde pequeño y no me siento culpable de tener una buena cuenta corriente. Soy bastante humilde, pero ante el ataque personal soy como una perra en celo porque coarta mi libertad. No me pueden condenar por lo que he ganado, eso es una actitud dictatorial.

–La casa que comparte con Alaska da para varios reportajes del «¡Hola!». ¿Se lo han propuesto?

–Ya salió por rebote. Hicimos uno para la revista «Inneo 2», que firmó Andrea Savini, el que hace todas las de «¡Hola!». Me propuso llevarlas a la revista y compartir las ganancias. Me pareció bien, pero no quería cobrar por ello. No soy carne de exclusivas.

–Algunas de las que salen son muy horteras. Tanto mármol...

–Pues mira, adoro el mármol. Me encantan las casas de Donald Trump, me vuelven loco.

–¡No me lo creo! ¿Le gustan las mansiones de Trump?

–Desde el punto de vista decorativo, ese señor tiene mucho gusto. Políticamente no me interesa nada, pero sería un gran diseñador de interiores. Se ha equivocado: en vez de ser presidente de Estados Unidos, tendría que haber sido el decorador de las grandes estrellas ordinarias del mundo. Yo le hubiese contratado. Esos estilos zen y minimalistas... ¿qué quieres que te diga? Me aburren mucho. Soy de los que ponen cuadros hasta detrás de las puertas y quiero que haya mucho oro, aunque no sea bueno. Los domingos Alaska y yo nos vamos al Rastro y compramos una mesa por aquí, unas lámparas en otro sitio... Lo que hay que tener es buen gusto para mezclar los distintos estilos. ¿Que somos barrocos? Nosotros no tenemos prejuicios. Si alguien piensa que somos horteras, me da igual.

–Se les ha tildado alguna vez de clasistas porque creen en la propiedad privada.

–Sí, ¿y? Quiero tener mi nidito y mi ámbito más cercano estructurado de forma clásica, como me educaron mis padres. Prefiero trabajar mucho para pagar mi hipoteca religiosamente todos los meses y saber que es mía. Me da mucha seguridad. Nunca he optado por el alquiler. Viví con mis padres hasta que conocí a Alaska. Cuando firmamos las escrituras para adquirir la casa rosa me quedé en paro. ¿Qué haces ante eso? Tirar para adelante. Empecé en una discoteca a repartir «flyers» y vuelta a empezar. Y de buen rollo, ¿eh?, porque puede pasar en cualquier momento. Lo que hay que tener es vitalidad y saber que los cambios siempre son para bien. No hay que achantarse por las cuestiones adversas.

–¿Es un optimista compulsivo?

–Por supuesto. Prefiero no regodearme en la pena, no te puedes quedar en eso porque te paraliza. Hay que mirar hacia adelante. Eso te lo da el carácter que de cada uno. Yo tengo la suerte de que heredé un ADN que hace que vea la vida como algo fácil, aunque sé que no lo es. He cumplido 43 años y ojalá que llegue a los 120 porque me encanta estar aquí. No le tengo miedo a la muerte, pero... ¡es que cada día me gusta más la vida que tengo!

–¿Hay alguna opción sexual que sea perfecta?

–Para bien y para mal, todas. Los heterosexuales, los gays, las lesbianas, los transexuales... El bisexual es el gran olvidado dentro del colectivo, aunque para mí sería la opción perfecta porque tienes el doble de posibilidades de ligar, pero te lo tienes que currar.

–¿Le molesta que algunos digan que su matrimonio con Alaska es un montaje? Porque siempre están a vueltas con su presunta homosexualidad.

–Eso se ha dicho siempre y me da igual. Hay algo que la gente no se da cuenta. Cuando se duda de mi heterosexualidad, que lo hace casi todo el mundo, están infravalorando la inteligencia de Olvido, mi esposa. Dicen que es una de las personas más respetadas de este país y que transmite credibilidad, pues que lo demuestren. ¿Qué se creen, que es tonta? ¿Que va a convivir con un gay con el que lleva 18 años sin tener relaciones y muriéndose de inanición? Un montaje no aguanta tanto tiempo, porque cuando algo es forzado la naturaleza del individuo termina aflorando y se descubre el pastel.

–Yo les veo muy enamorados.

–¡Es que es así! Formamos una pareja estándar. Soy muy celoso: mi mujer es mía y de nadie más. A Olvido le pasa lo mismo. Hemos coincidido dos personas que compartimos gustos y aficiones y otras no: por ejemplo, a mí me encantan las pieles y ella las odia. Pero seguimos compartiendo un amor de verdad y una atracción sexual muy fuerte.

–Me imagino que habrán pasado alguna crisis.

–Estamos juntos desde hace casi dos décadas. ¿Tú qué crees? Pequeñas discusiones, momentos de frialdad el uno con el otro, otras etapas en las que estás más apático.... pero la esencia está ahí.

–Usted, que parece tan moderno, no se lleva bien con las nuevas tecnologías. Creo que aborrece el WhatsApp.

–No lo tengo en el móvil. Me crispa ver a mi alrededor personas tecleando y recibiendo las respuestas con el sonidito ese que es irritante. Y luego los círculos que se monta el personal... ¿No es más fácil hablar por teléfono o quedar para tomar un café? Por principios, me niego a hacer una entrevista por email. Lo bonito del periodismo es que tienes un cuestionario previo y se va improvisando sobre la marcha según la persona que tienes delante. Perdona, que me he ido, hablábamos de Whatsapp. Mira, lo último que he visto es confirmar contratos y giras por esa aplicación. Para eso soy muy tirano, quiero que me llamen. Tengo abierto el móvil desde las nueve de la mañana que vuelvo del gimnasio hasta las ocho de la tarde. Si no lo puedo coger, devuelvo la llamada o envío un SMS. Y, además, bien escrito, no con abreviaturas, para que no parezca un lenguaje de simios, el morse o, yo qué sé, el «cibermorse».

–En el fondo es un antiguo.

–Y me gusta. Lo clásico siempre es moderno. Estoy a favor de los avances y de internet, aunque no quiero que devore todo el legado anterior, como leer libros, periódicos y revistas en papel. Apoyo todo tipo de avances, aunque no quiero que ni internet ni la inmediatez acaben con otros logros que hemos tenido anteriormente. Sin embargo, no se puede evitar dejarse llevar por las nuevas tendencias. Antes yo usaba la cámara de fotografía de carrete y he dejado de hacerlo porque no hay tiendas para revelarlas. Son cambios a los que me tengo que adaptar, aunque me descolocan bastante.