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El duende de los tejados

Tan reconocido fuera de nuestras fronteras como obviado dentro, así fue el trabajo de uno de los mejores ingenieros de la historia mundial: el español Eduardo Torroja Miret

La marquesina de Les Corts también fue obra de Eduardo Torroja
La marquesina de Les Corts también fue obra de Eduardo Torrojalarazon

Tan reconocido fuera de nuestras fronteras como obviado dentro, así fue el trabajo de uno de los mejores ingenieros de la historia mundial: el español Eduardo Torroja Miret

En España tenemos poca costumbre de poner pedestales a nuestros compatriotas, de loar los brillos de su trabajo artístico, científico, intelectual... Se salvan, sí, los futbolistas. Y no siempre. Pero si uno es artista, ni que decir tiene si es arquitecto, suele ocurrir que gozará de mejor fama fuera que dentro de nuestras fronteras. Salgamos a la calle y hagamos una encuesta: ¿qué sabemos de Eduardo Torroja Miret? Pues este ingeniero nacido en el madrileño barrio de Las Letras tal día como ayer de 1899 es una referencia internacional. De hecho, antes de la Guerra Civil ya se había convertido en una de las figuras más importantes de la construcción en España. Tanto, que el mismísimo Frank Lloyd Wright dijo de él que era «el mejor ingeniero vivo».

Torroja fue reconocido mundialmente por el modo innovador en el que afrontaba su tarea. Sus estructuras (sobre todo las de hormigón) ilustraban los libros de arquitectura de los años 40 en muchas universidades. De su ingenio salieron las cubiertas del mercado de Algeciras, del hipódromo de la Zarzuela o del Hospital Clínico de Madrid. Formó parte desde su formación en 1927 del gabinete técnico para la construcción de la Ciudad Universitaria madrileña y diseñó obras míticas como algunas estructuras de los Nuevos Ministerios, el puente de Sancti Petri o el frontón de Recoletos, cuya cubierta le catapultó al mundo de los genios innovadores y que fue destruido durante la Guerra Civil.

Torroja había nacido en una familia de científicos. Algunos críticos aseguran que, precisamente, la conjunción de una visión científica y racionalista de su trabajo con el espíritu empresarial de un ingeniero, le dotaron de una voz única en la historia de la arquitectura española. Trabajaba, dicen, sin descanso para comprender los fundamentos físicos de cada estructura, de cada material. Para ello ensayaba una y otra vez el comportamiento del ladrillo, del hormigón, del acero... De hecho, fue un pionero impulsor de la hoy tan de moda ciencia de los materiales. Este análisis concienzudo le permitió también aportar algunas innovaciones a la seguridad estructural. Con ésto, el cálculo de los coeficientes de rotura del hormigón mejoró sensiblemente tras sus ideas.

Puso en marcha varias asociaciones e instituciones de investigación sobre materiales e ingeniería que se ganaron el respeto y la fama en todo el mundo y se empeñó en mejorar la relación entre estas instituciones docentes y la empresa privada para mejorar el tejido industrial. Merece la pena recordar la osadía de la cubierta de tribuna del hipódromo de la Zarzuela, salida de su lápiz, la primera tribuna volada sin columnas que se construyó en España, o el viaducto sobre el embalse de Ricobayo en Zamora para entender la grandeza de su trabajo.