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Un accidente espacial deliberado

La nave «Lunar Prospector» impactaba sobre suelo lunar, pero en un lugar muy concreto: Un oscuro y profundo cráter al que nunca llega la luz del Sol.

Recreación de la NASA justo antes del impacto de la nave contra la Luna
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La nave «Lunar Prospector» impactaba sobre suelo lunar, pero en un lugar muy concreto: Un oscuro y profundo cráter al que nunca llega la luz del Sol.

Cuando una nave espacial choca contra la superficie de un planeta, a miles de kilómetros por hora, y queda pulverizada en el acto suele considerarse un desastre. Millones de euros, decenas de años de trabajo y las expectativas de los científicos de todo el mundo al traste por un error en las maniobras de aproximación y aterrizaje. Pero el impacto de la nave «Lunar Prospector» sobre la Luna, tal día como ayer de 1999 fue recibido con júbilo en la NASA. Ese era exactamente su objetivo, estamparse contra el satélite natural de la Tierra y sacrificar su vida para mayor gloria del conocimiento.

La «Lunar Prospector» partió de Florida el 6 de enero de 1998, cuatro días después había alcanzado la órbita lunar. Se dejó atrapar por la gravitación del satélite y permaneció 18 meses orbitándolo y recopilando todo tipo de datos. Su objetivo era realizar el mapa cartográfico más detallado de la Luna y estudiar la composición de las rocas que la dan forma. Además, se pretendía demostrar la existencia de depósitos de hielo polar, medir el campo magnético y calibrar su gravedad. Cuando sólo llevaba tres meses trabajando el espectrómetro de neutrones, la sonda descubrió hidrógeno en ambos polos lunares, quizás procedente de agua helada. Los científicos propusieron que podría haber gigantescos depósitos de hielo de agua, quizás hasta 300 millones de toneladas métricas, mezclado con el regolito (el material que cubre la superficie). Pero ¿cómo podrían demostrarlo?

Los ingenieros de la NASA junto a astrónomos de la Universidad de Texas encontraron el modo. Bastaba con estrellar la sonda en un lugar muy concreto del suelo lunar: un oscuro y profundo cráter en el Polo Sur al que nunca llega la luz del Sol. El impacto generaría una onda expansiva y una nube de materiales eyectados hacia la atmósfera visible desde Tierra. Apuntando los telescopios hacia esa nube, se podría determinar la composición de los materiales liberados y demostrar si entre ellos había agua. Los responsables de la misión accedieron a su sacrificio teniendo en cuenta la duración prevista (18 meses) y el coste de la operación (36 millones de dólares) a pesar de que las probabilidades de éxito eran del 10%.

El 31 de julio de 1999 la oficina de control en tierra dirigió la nave orbitadora hacia el suelo lunar. En pocas horas el aparato se empotró donde estaba previsto. El impacto fue acogido con aplausos. Pero pocos minutos después del choque aún no se apreciaba nube alguna de materiales. Nada que pudiera servir de referencia desde la Tierra. El último servicio de la Lunar Prospector fue inútil. «Ausencia de evidencias físicas. Sigue abierta la cuestión del hielo de agua en la Luna» informaron los expertos. En octubre de 2010 la NASA confirmó que los técnicos de la «Lunar Prospector» tenían razón: en los cráteres más profundos de la Luna hay agua.