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Matesanz: «Siempre fui un empollón. Sólo me quedó una en 6º de bachillerato»

El director de la Organización Nacional de Trasplantes, Rafael Matesanz, coge vacaciones tras sacar las mejores notas de su vida.

Matesanz: «Siempre fui un empollón. Sólo me quedó una en 6º de bachillerato»
Matesanz: «Siempre fui un empollón. Sólo me quedó una en 6º de bachillerato»larazon

El director de la Organización Nacional de Trasplantes coge vacaciones tras sacar las mejores notas de su vida.

Como el buen estudiante que siempre fue, se toma ahora unas merecidas vacaciones pero sin dejar de pensar en el siguiente curso. Rafael Matesanz (Madrid, 1949) lleva dirigiendo la Organización Nacional de Trasplantes (ONT) durante más de 25 años. ¿Sus últimas «notas»? Récord histórico (y mundial) en el número de operaciones (36 por millón de habitantes) y de pacientes trasplantados (4.360). Ya anuncia que las cifras se superarán.

–El curso escolar ha finalizado. Del 1 al 10, ¿qué nota se pone?

–Ha sido un año espléndido. Para la ONT ha sido de sobresaliente. Ya me gustaría que todos los años fueran como éste.

–¿Nada para septiembre?

–Esto es como el Tour de Francia. Cuando uno sube una cuesta , sólo falta coronarla bien. Las cifras son espléndidas en todo: donación, trasplantes, médula... Esperamos acabar el año con los números que en estos momentos se adivinan. Si el año pasado fue de récord, éste se batirán de largo.

–¿Saca ahora mejores notas que cuando era estudiante?

–Yo siempre he sido un empollón (ríe). Sólo me quedó una en 6º de Bachillerato. Hace unas semanas se ha celebrado el 50º aniversario del concierto de los Beatles en Madrid. Entonces no pude ir porque estaba tremendamente liado estudiando Matemáticas, que me había quedado en junio. Fue la única asignatura que suspendí en mi vida. Era un curso importante, el previo al preuniversitario, tenía que pasar la reválida... No estaba para conciertos ese verano.

–¿Repite vacaciones en el Golfo de Rosas?

–Siempre. En agosto. Tenemos allí la casa. Coincido con mis hijos, aunque ya tienen su vida. Son momentos relajantes. Hace años que dejé de viajar, porque ya lo hago bastante el resto del año. Ir allí es casi una religión.

–¿Se lleva «deberes»?

–Sí. En este trabajo no se puede estar desconectado un mes. Siempre surge algo.

–¿Tanto halago debilita o no se lo puede permitir?

–Mi mayor desastre profesional fue cuando me tuve que ir de España a principios de siglo [fue destituido por la entonces ministra Celia Villalobos]. En esos momentos, que fueron muy desagradables, aprendes a relativizar todo, lo bueno y lo malo. Se aprende más de lo malo. Y aquello me enseño a ser muy escéptico en todo.

–Ahora se cumple un año del batacazo de la Selección española en Brasil. A día de hoy, ¿los españoles sólo podemos sacar pecho por ser líderes en trasplantes?

–Podemos sacar pecho por muchísimas cosas más. Lo de los trasplantes es muy simbólico: participa todo el mundo. Somos líderes mundiales porque la gente dona mucho, confía en un sistema que está bien dirigido por miles de personas. Es un éxito colectivo. Pero en España hay empresas, deportistas, artistas... España es un gran país.

–¿En España funcionamos más con el cerebro o el corazón?

–Yo desde luego funciono más con el cerebro que con el corazón (ríe). Con el corazón se pueden hacer gestas puntuales, pero no mantenerse. Hay personas muy cerebrales, pero en España la cosa va más por la víscera cardiaca que por la cerebral. En mi trabajo hay que hacer las cosas con más meditación. Es preciso ver lo que va ocurrir en el futuro, anticiparnos siempre. Y para eso no se puede trabajar con el corazón.

–¿Qué podríamos donar los españoles al resto del mundo? ¿De qué andamos sobrados?

–Tal y como nos ven en Bruselas, cuando van asignando un vicio o una virtud a cada miembro de la UE, a los españoles nos califican de orgullosos. Yo creo que, más que eso, somos de carácter muy bipolar: pasamos del todo a la nada en muy poco tiempo. Lo que decía de la Selección española es un ejemplo: de ser los mejores a, de repente, considerar que esto es un desastre. A veces se gana y a veces se pierde. En mi campo, lo que sí podemos donar al resto del mundo es solidaridad. Y el sistema de trasplantes es un ejemplo de organización. Algo en lo que los españoles no nos reconocemos casi nunca (ríe).

–Menos accidentes de tráfico y cada vez más donaciones. ¿Como se explica el milagro?

–Recurriendo a donantes mayores. España, como toda Europa occidental, es un país muy envejecido. La revolución vino cuando constatamos que personas de edades avanzadas que habían fallecido por un ictus podían donar órganos. Se ha visto en el caso del hígado, en los riñones y, en condiciones muy determinadas, también en pulmón y corazón.

–¿Le han intentado «fichar» de fuera?

–Proposiciones he recibido unas cuantas, pero estoy muy mayor para dejar España (ríe).

–¿No se ve como un cerebro fugado?

–Ya lo fui, cuando estuve en Italia. Me pude haber ido, recibí ofertas, algunas muy apetitosas. Por ejemplo, de Australia, también para asesorar otros países... Pero en un momento dado tienes que optar por si quieres seguir en tu país, con tu familia.

–Se han prohibido por ley los llamamientos para conseguir donantes por parte de particulares, familiares, etc. ¿Le incomoda hacer aquí el papel de malo?

–Claro que me incomoda, pero es necesario. La gente tiende a considerar que quien hace el llamamiento tiene toda la razón del mundo. Pero no es así. Para el sistema son muy negativos: no se puede dar la imagen de que alguien, por tener más contactos en las redes sociales, tiene más posibilidades de conseguir un órgano o una médula. El donante no sale de esos llamamientos, sino de que en el mundo hay más de 20 millones de donantes.