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No diga crucero, diga ecociudad

Lejos quedan aquellos barcos en los que se combatía el mareo con pastillas. Espacios verdes, visitas aéreas, fábricas de olas, gimnasio–generadores... toman el testigo

El «Lilypad» (Nenúfar) fue diseñado por el belga Vincent Callebaut
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Lejos quedan aquellos barcos en los que se combatía el mareo con pastillas. Espacios verdes, visitas aéreas, fábricas de olas, gimnasio–generadores... toman el testigo

Nunca me han gustado los cruceros. Lo confieso. Por eso subir a bordo de uno en 2025 constituye un desafío a todos mis prejuicios. Creo que se pierde el sabor de la navegación antigua, producen mareos, son como centros comerciales, en hora punta y con ofertas de temporada. Pero parece que me equivocaba. En 2015, los de mayor tamaño eran capaces de albergar a 5.000 pasajeros en sus más de dos mil camarotes. Una pequeñez al lado del «Lilypad» (Nenúfar), diseñado por el arquitecto belga Vincent Callebaut. Es una verdadera ecopolis o ciudad verde con una capacidad para 50.000 personas.

Concebida inicialmente para enfrentarse al derretimiento de los polos y la subida de los niveles del mar, está cubierta por completo de espacios verdes. Genera toda la energía que consume, algo que resulta fundamental teniendo en cuenta que, una década atrás, el 60% del combustible utilizado por los cruceros se destinaba al movimiento de la nave y el 40% restante a electricidad. Parte de ese consumo se ha reducido empleando sistemas de climatización inteligentes. Otra porción se obtiene del gimnasio: quienes se dediquen a correr sabrán que las cintas sin fin que giran gracias a sus carreras son convertidas en energía , al igual que las constantes idas y vueltas de los pasajeros que impactan en baldosas que absorben los golpes y los traducen en electricidad.

El «Lilypad» cuenta con su propio abastecimiento de comida a través de las granjas hidropónicas y las piscifactorías que arrastran. Sólo una pequeña porción de los alimentos va en bodega. Y hablando de bodegas, el bar parece salido de un cruce entre Terminator y Blade Runner. Los camareros son robots, pero nada de rostros semihumanos. Desde la app que se ha descargado automáticamente en mi «smartphone», apenas realizo los trámites de ingreso al barco, elijo la bebida que tomaré (un Negroni) y la hora a la que la quiero. Cinco minutos antes del momento elegido, recibo una notificación. Me acerco a uno de los siete bares y puedo ver cómo unos brazos robóticos seleccionan las bebidas, que cuelgan boca abajo del techo, y preparan mi cóctel.

Después de una hora, preciso hacer un poco de ejercicio. En cuatro de las 32 cubiertas hay piscinas. Todas ellas con una tecnología que cambia el color del agua para combinarla con el momento del día. Hay también una cápsula robótica (como un dron, pero con capacidad para doce pasajeros) que es lanzada a 200 metros de altura y recorre los 600 metros de largo de la nave. Una vista aérea imperdible que se maneja por mando a distancia desde la cubierta del capitán. La atracción es gratuita, pero la lista de espera es demasiado larga. La app me sugiere una hora, las 23:00, que es cuando registra una espera de menos de 15 minutos. Acepto y sigo el recorrido. No me decido: aceptar el simulador de paracaídas o la fábrica de olas. Esta última es un invento reciente. En la proa del barco las olas formadas por su desplazamiento se utilizan para montar unas tablas de surf con GPS y turbinas que, cuando me canso, me llevan directo al muelle interior.

También podría encerrarme en mi camarote y disfrutar de las vistas programables de mi balcón virtual o descender a la cubierta transparente y submarina (a una profundidad de 20 metros bajo el mar), que me hace sentir como un espía del mundo submarino de Julio Verne. Decisiones, decisiones... Creo que necesito otro Negroni.

- Fuente: Salvo por la fábrica de olas, todos los adelantos mencionados ya existen o se están comenzando a diseñar. Los camarotes submarinos, por ejemplo, son una idea del arquitecto Jacques Rougerie.