Ciencia y Tecnología

Tirarse a la piscina

El nadador Michael Phelps con una de las últimas innovaciones de Speedo
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Bañadores con monitorización física y hasta gafas submarinas con realidad aumentada. Tecnología bajo el agua.

A menudo ocurre que las prohibiciones o nuevas reglas de juego obligan a las mentes creativas a encontrar una nueva innovación. Un ejemplo es la prohibición de la extracción de combustibles fósiles a partir de 2030 que generó una enorme inversión en energías alternativas. En 2011, 15 años atrás, ocurrió algo similar. Durante los Juegos Olímpicos de Pekín, en 2008, los nadadores que usaron bañadores de la marca Speedo, específicamente el LZR Racer, obtuvieron el 89% de las medallas en disputa, 47 de oro. Este traje de poliuretano reducía la fricción, aumentaba la aerodinámica e incrementaba la flotabilidad. Al observar sus enormes ventajas, el Comité Olímpico Internacional lo prohibió. Pero la semilla había sido plantada. Al igual que sucede con la Fórmula 1, donde las innovaciones en diseño, motor y combustible para mejorar el desempeño llegan más tarde a los vehículos de calle, los avances concebidos con el LZR también se abrieron camino hasta las piscinas y playas de todo el mundo. Todo comenzó cuando Joe Santry, del laboratorio científico Aqualab de Speedo se reunió con expertos, entrenadores y consultores para crear el vestuario del futuro bañista que incluía trajes de baño, pero también gafas y otros accesorios. Se realizaron 90 escáners del cuerpo de atletas de todo el mundo, con ello se construyeron avatares y se llevaron a cabo 1.200 simulaciones para conseguir un traje que se adaptase a la configuración corporal del 95% de las personas. Una vez conseguido esto, fue sólo cuestión de incorporar tejidos inteligentes. Secado ultrarápido, bolsillos estancos, cambio de color si la exposición solar era excesiva o reconfiguración del diseño y tono gracias a un sistema de iridiscencia inspirado en el camaleón. Más tarde llegaron los sensores. Los primeros fueron sencillos: en 2017 se integraron sensores para medir el ritmo cardíaco, los niveles de oxígeno en sangre y la temperatura. Más tarde se logró que los tejidos reaccionaran a un descenso súbito de la temperatura corporal, activando parches de calor, algo que para los aficionados al submarinismo representó un gran avance. Este sector se vio beneficiado con trajes que emitían químicos que repelían a tiburones o que, al detectar la ponzoña de algún pez o medusa, inyectaban un producto de amplio espectro que evitaba el dolor inicial y permitía que la persona acudiera a recibir los primeros auxilios.

Esta tecnología se extendió y comenzó a utilizarse en cualquier persona que realice un tratamiento que requiera inyecciones programadas, como diabéticos, que ya reciben insulina desde el tejido mediante parches recargables con agujas de ácido hialurónico.

Hoy los trajes de baño producen una ligera presión en la cadera si hemos recibido un mensaje o llamada. La presión es más fuerte si el smartphone se aleja de un radio programado (lo que evita en gran parte los robos en la playa) y registra la actividad física que hemos realizado... o no. Los modelos infantiles también incorporan un localizador que, gracias a una app, impide perder de vista a los más pequeños.

Por último las gafas. Seguramente nunca imaginamos que todos querríamos tener un par, al menos hasta que los expertos de Polar (fabricantes de pulsómetros) y Speedo se unieron. Las gafas de hoy no sólo despliegan en los cristales nuestras constantes vitales, ritmo, distancia recorrida, profundidad y tiempo restante. También se han servido de la realidad aumentada y es posible, aunque estemos en una piscina, elegir nadar en la barrera de arrecifes de Australia, en una cala de Menorca o entre peces de colores. Y, para no tener que salir a respirar, basta que la máscara sea de cristal de oxígeno, un material desarrollado por científicos daneses que atrae el oxígeno del agua como una esponja y luego lo libera mediante la exposición al calor, la baja presión o el vacío.