Fundación Casa de Alba

Soledad Lorenzo recibe el Premio Montblanc de la Cultura en Palacio

El pasado jueves durante la cena con motivo de la entrega del Premio Montblanc de la Cultura
El pasado jueves durante la cena con motivo de la entrega del Premio Montblanc de la Culturalarazon

La Casa de Alba tiene un fabuloso patrimonio, pero hay que generar dinero en efectivo para mantenerlo. De ahí que una de las opciones que han puesto en marcha haya sido abrir los jardines y una parte del Palacio de las Dueñas al público, con un gran éxito de recaudación, y alquilar, para eventos especiales y a reconocidas empresas, los salones del Palacio de Liria. Conste que no es para despedidas de solteros y que no pasan de la docena de eventos anuales. Así, anteayer Montblanc celebró la gala de entrega del Premio Montblanc de la Cultura a la galerista Soledad Lorenzo, un galardón que también ostenta el príncipe Carlos de Inglaterra. Con este motivo los asistentes tuvimos ocasión de cenar en el palacio de Liria cual duques de Alba en primavera. Y la verdad es que se cena muy bien. El cóctel previo lo ofrecieron en los jardines delanteros, los que dan a la calle Princesa de Madrid, donde se oye un lejano murmullo de autobuses y bocinas del neurálgico centro de la capital mezclados con los trinos de los pájaros.

Sobredosis de pintura

Con una copa de champán en mano, visitamos la primera y segunda plantas del palacio. En la tercera es donde viven el Duque Carlos, sus hijos y su hermano Fernando. Un lugar con otro estilo en el que, mientras admirábamos los salones italiano, inglés, español, flamenco y francés, con las paredes cuajadas del suelo al techo por tapices gobelinos, zurbaranes, goyas, grecos, tizianos, brueghels o mengs. La actriz Macarena Gómez afirmó que «aquí hay tantas cosas que es mejor visitar un solo salón por día porque te aturullas con tanto que ver». Entre esa sobredosis de pintura se encuentran colmillos de elefantes y las mesas de trabajo de Franco y de Serrano Suñer que el Duque de Alba reclamó como suyas. También armaduras, relojes salpicados con fotos del Duque Carlos y sus dos hijos, de su madre, Cayetana, y de algunos reyes y reinas –de los otros hermanos Alba ni una estampa–, e innumerables cajitas y enseres sobre las mesas –al parecer, a la Duquesa le gustaba coleccionarlas–.

En la segunda planta se ubica el salón de baile y el comedor de diario, en el que puedes tanto jugar al paddel como preparar la maratón alrededor de la larguísima mesa con sus bandejas y fuentes de plata del tamaño XXL a modo de decoración. Y ahí, aunque te comas un humilde huevo frito, con esas vistas a los jardines posteriores donde se encuentra la senda arbolada del cementerio de perros de la familia, tiene que saber distinto. Y doy fe de ello porque la cena tuvo lugar en un invernadero adosado al muro, casi pared con pared con el comedor del Duque pero a pie de jardín. Allí, Dani García fue el encargado de crear platos tan exquisitos como un gazpacho con langosta del Atlántico, peras orgánicas y bacalao negro marinado en miso. Éramos 130 comensales y casi dominaban los orientales, de ahí el uso de ese producto asiático.

Por cierto, el baño de invitados de Liria es maravilloso, empapelado en azul haciendo juego con el portarrollos de papel higiénico; cuenta con caja de pañuelos de nariz cubierta con un tapetito blanco con lazos y con un pequeño cuadro de la maja desnuda.Un palacio que es una miscelánea entre un pequeño museo del Prado, el Palacio Real y el de Versalles jibarizado pero también la residencia de una familia.