M. Hernández Sánchez-Barba

Lo mejor, el agua

El problema del regadío en la agricultura histórica consiste en dilucidar cómo se acopló la técnica de valuar la producción agraria de la tierra como un activo de aprovechamiento de los elementos proporcionados por la naturaleza –de modo especifico, el agua– para conseguir aumentar la producción de los cultivos en razón a las necesidades de la población y alcanzar los beneficios comerciales, políticos y sanitarios capaces de originar modificaciones en la producción. Además, la aplicación de ideas industriales para la captación de aguas corrientes subterráneas para subirlas a la superficie, o bien extraerlas de ríos y pantanos lacustres en territorios mesetarios como España, con provisión de valles fluviales, en los que pueden intervenir o no factores pluviales o de sequedad extrema que condicionen el ambiente.

La historia económica de plazo largo presenta, en consecuencia, los cambios más destacados producidos en el tiempo, que importa conocer para comprender las realidades específicas relativas a la configuración de las civilizaciones. El desenvolvimiento de éstas en el tiempo nos enfrenta a lo que, en verdad, importa: tener en cuenta no el análisis de los hechos sino los procesos, pues ellos nos dan el sentido y permiten analizar los posibles significados. Lo efectivo consiste en conseguir de la acumulación de datos una manifestación de ideas coherentes y comprensivas de lo real, que puedan conducir a comprobar cómo para el ser humano existen cosas que, como el agua, pueden ofrecer tantas y tan especificas especialidades de alto provecho económico y cultural.

Se trata de una cuestión de gran importancia la de los regadíos. Romanos, visigodos, bereberes, árabes, mudéjares, mozárabes, cristianos coinciden o se suceden en la gran empresa del desarrollo de los sistemas de riego y cultivos de regadío. Ello ha sido origen de una positiva contribución a la cultura española. Si esto es así, como es evidente, no es menos cierto que los españoles, desde la más lejana antigüedad, se han afanado por desarrollar técnicas de captación de aguas para el regadío de cultivos, que hoy permiten centrar una intensidad de logros, origen de una positiva contribución de la cultura del Islam en España. También se ha podido establecer que siendo esto así, no es menos cierto que los hispanos romanos practicaron en sus «villas» el regadío a gran escala, como puede apreciarse en Al Andalus, Extremadura y Valencia, donde existen redes fluviales cubriendo extensas áreas. Han generado acuerdos jurídicos, mercantiles para el uso de aguas, distribuidas por medio de «acequias».

Los aljibes de las ciudades dieron origen al dominio de la dotación de agua. Debe pensarse en la formalización de uso del agua entre ciudades y fincas rurales. Y por supuesto en el invento y utilización de elementos técnicos. En las costas marítimas y fluviales se crearon «viveros» de agua dulce o salada. Plinio da noticia de «parques de ostras establecidos por primera vez por Sergio de Orata Bayes, en tiempos de L.Craso antes de la guerra de los marsos, que estableció no sólo con fines gastronómicos sino para ganar dinero». Esta tendencia innata, también exige el concurso del agua; fundamental, junto con el aire, para el mantenimiento y el progreso.

De modo, pues, que atendiendo a la condición primera de la Historia, que es la relación interhumana, un tema como el agua, que forma parte intrínseca de la Naturaleza y es de imprescindible necesidad, origina una interacción de valores para cubrir las necesidades que llevan a la construcción del mundo real. Una vez constituidas las estructuras de relación, se forma un haz de funciones de enorme riqueza, consolidación del mundo real, con todas las posibilidades de innovación, cambio, adaptaciones y enriquecimiento, que son la condición propia de la personalidad histórica, en cada momento temporal.