Trabajo

El 75% de Antonio Banderes

La Razón
La RazónLa Razón

El actor Antonio Banderas, que acaba de ser noticia por su decisión de abandonar un importante proyecto cultural que pensaba liderar en su ciudad de Málaga, reflexionaba recientemente en un programa televisivo español de máxima audiencia sobre la actitud de la juventud española.

Citaba de memoria el famoso actor malagueño dos datos sobre la manera de afrontar el futuro de los jóvenes universitarios andaluces y norteamericanos. Cuando se preguntaba a los primeros decían que el 75% aspiraban a convertirse en funcionarios. Desconozco de donde tomó el dato pero sí recuerdo perfectamente la inauguración del curso universitario que el entonces presidente regional Manuel Chaves hizo en la Universidad de Almería. Aunque sin cifrar el porcentaje, ésa fue la mayoritaria respuesta que obtuvo cuando se atrevió a preguntar sobre las preferencias de su joven audiencia. Frente a esto, el segundo dato que aportaba Banderas fue el de que esa misma encuesta hecha en Estados Unidos arrojaba el dato de que el 75% de los universitarios quería emprender su propio negocio. Querían ser sus propios jefes. Terminaba añadiendo que con un 75% de la gente queriendo ser funcionarios no se hace país. Dicho esto, el público –probablemente también deseoso de ser funcionario público– prorrumpía en aplausos.

Pocas veces en tan pocas palabras se hace una radiografía más perfecta de una sociedad que, repleta de complejos y de ansias de un confort fácil aunque efímero, aspira a pastorear en el presupuesto usando la expresión que popularizaron algunos insignes políticos españoles del siglo XIX, ésos que no necesitaban construir sus discursos leyendo impúdicamente artículos de prensa porque les bastaban sus conocimientos.

Sobre el diagnóstico de Antonio Banderas se me viene rápidamente a la cabeza la imagen de una pancarta colgada a las puertas de la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales de la Universidad Autónoma de Madrid por un sindicato anarquista. Allí donde la mayor parte de los alumnos acuden a prepararse para gestionar empresas o fundar las suyas propias, la exigencia de la pancarta era «Fuera empresas de la Universidad» y señalaba a modo de ejemplo los logos de Mercadona, el Banco Santander, HP, Apple y de la consultora Pricewaterhouse Coopers.

No deja de ser llamativo que, a diferencia de lo que ocurre en las Facultades de Medicina y de otras ciencias de la salud, donde la docencia y la actividad profesional clínica está muy bien acompasada, en las facultades de empresariales no se conciba el desempeño conjunto de la docencia y el ejercicio profesional para el personal docente e investigador. Llevado al extremo, un docente –cuya aspiración también es alcanzar el estatus de funcionario– puede empezar y acabar su vida académica enseñando ciencias empresariales sin haber desempeñado actividad profesional alguna en una empresa. Este modelo es muy diferente al de las exitosas escuelas de negocio españolas (de las más afamadas en el mundo) en lasque los profesores vienen obligados a desarrollar proyectos empresariales que pesan tanto como publicar artículos de investigación científica en reputadas revistas internacionales.

También me resulta curioso que cuando en mi facultad se rodeó la oficina del Banco de Santander por colectivos afines a los que colgaron la pancarta en la Facultad de Económicas madrileña, en la que sólo trabajaban chicas jóvenes apenas licenciadas, ni se desplegó ninguna medida de protección ni nadie habló de violencia de género.

Antonio Banderas dice que abandona su millonario proyecto cultural en Málaga por las críticas de los representantes políticos, que muy bien pudieran suscribir el texto de aquella pancarta o participar en el acoso a la oficina bancaria donde trabajaban las chicas a las que me he referido. La demonización de la iniciativa emprendedora es un lastre que explica mucho de la precariedad del empleo en España. La explica casi tanto como el despreciable ejemplo de los empresarios corruptos que siguen llenando minutos de telediario junto a buena parte de la clase política. Los minutos que ocupan los testimonios de honestos emprendedores son marginales. No despiertan el interés de la audiencia. Así nos va, hasta tanto que en un rizo exagerado de esta reflexión cobra sentido el pasaje de Valle Inclán escrito en 1924 en la obra «Luces de Bohemia». En ella, uno de los protagonistas sostiene: «No es suficiente la degollación de todos los ricos. Siempre aparecerá un heredero y, aun cuando se suprima la herencia, no podrá evitarse que los despojados conspiren para recobrarla. Hay que hacer imposible el orden anterior, y eso sólo se consigue destruyendo la riqueza».