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«En los 80 cada día era mejor que el anterior»

El periodista Carlos Santos presenta una novela para recordar la felicidad que perdimos hace 30 años

«En los 80 cada día era mejor que el anterior»
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El periodista Carlos Santos presenta una novela para recordar la felicidad que perdimos hace 30 años

Cada noche, el garito se llenaba de lo más granado, nadie levantaba una voz más alta que otra porque el compañero de barra pensara distinto. Como mucho, en el Avión Club la gente se cabreaba a la hora de echar el cierre, poco más, porque el ambiente era tan relajado que la gente cantaba el cara al sol o la internacional con el mismo espíritu festivo. Claro, eran los ochenta, se estrenaba la democracia y todos pensaban que la felicidad era eterna. Ese buen rollo se acabó diluyendo cuando la realidad del país se impuso, llegaron los noventa y los dueños del local pensaron que ya estaba bien de fiesta, que había que especular. El periodista Carlos Santos relata todo eso en su última novela, «Avión Club. Una historia de los 80», editada por La Esfera de los libros.

–Para los pipiolos. ¿Qué fue el Avión Club?

–Fue un bar que existió en una calle céntrica de Madrid desde el año 1950 hasta 1994. Hoy sería un local transversal, esa palabra que antes no se usaba. Un lugar de encuentro de mucha gente de diversa extracción social, edad, de muy diversa cultura, de muy diversa ideología y sensibilidades. Eso me ha servido para escribir una historia sobre los años 80, los alegres 80, porque en España ha sido la única década feliz en el pasado siglo XX. Unos años muy alegres, muy especiales, donde se disfrutó la libertad recién conquistada, cuando se empezó a ejercerla. Un bar era un sitio muy adecuado porque entonces la gente se echó a la calle para vivir la vida, para disfrutarla y para ejercer esa libertad recién estrenada.

–¿Usted cuándo se lo pasó mejor ,en los 70 o en los 80?

–Mantengo desde entonces que tengo la intención de pasármelo bien siempre, espero que esta década que estamos viviendo ahora sea fantástica, aunque ahora parece que estamos todos tristísimos con lo que está pasando, pero los problemas actuales no son ni de lejos mayores que los que había entonces. En los 80 los había muy serios, como la muerte de una generación completa por el consumo de drogas adulteradas, por el sida o los asesinatos terroristas. Eso era así, sin embargo fueron unos años alegres. La década anterior era el final de una dictadura con gran parte de la población jugándose el tipo por construir una democracia, con todo eso. También fueron unos años alegres y los noventa, pues, tampoco fueron malos, la verdad. Cada década puede ser alegre, pero ahora estamos dejando volar una excesiva tendencia al lamento, ahora España sigue siendo un lugar fantástico donde muchos esperan labrarse un futuro, una tierra de promisión para los inmigrantes que ya han echado raíces, para los que se pasan 20 horas trabajando para tener un futuro mejor.

–Vamos, que nos quedan cuatro horitas para soñar.

–Bueno, quien se pasa ese tiempo trabajando, seguro que está soñando. Soy muy positivo y no creo que haya que dejarse llevar por esta especie de elegía en la que se está convirtiendo todo lo que sale de los medios de comunicación. Vamos, que lo de Puigdemont no es para tanto, que nos hemos visto en otras más gordas y se ha salvado el tipo con gran alegría.

–El mundo de los taxistas, las putas, la secreta, los periodistas noctámbulos, ¿eso es leyenda o sucedió de verdad?

–Ese puntito canalla de la vida que cuentas no era sólo de los periodistas, la gente salía prácticamente en masa todas las noches y cada ciudad tenía un garito donde encontrarse con todos. Todo el mundo llevaba veinte duros en el bolsillo y estaba dispuesto a gastárselos. Si te refieres a que los periodistas de entonces nunca, durante años y años, nunca íbamos del trabajo a casa directamente es cierto, siempre se seguía trabajando de alguna manera por ahí. Eso ha cambiado mucho, en cierta medida por la evolución tecnológica, por el cambio de la sociedad y la modificación de los medios, que están en un momento un poco raro.

–Ay, esos veinte duros, ya ni sabemos lo que es eso. ¿Hemos cambiado tanto?

–(Risas) Pues en realidad la sociedad ha cambiado y se ha empobrecido. Desde mediados de la década llega el desencanto político con el referéndum de la OTAN, cuando los poderosos se dan cuenta de que hay que tener el control de los medios y de que a los ciudadanos sólo hay que pedirles el voto cada cuatro años. Otra de las cosas que pasan es que empiezan a llegar las tarjetas de crédito, los adosados, cuando Martirio canta las sevillanas de «‘arreglá’ pero informal» para ir al supermercado. Llega el consumismo, llegan los centros comerciales y cuando empieza la especulación urbanística. En los noventa cambia la sociedad, que ya es más individualista, y ahora ya sabemos cómo estamos, pero esa ya sería otra novela.

–Entonces nos dimos cuenta de que se trabajaba para pagar el piso, la factura del teléfono, la luz y que el fin de semana eran dos días para gastar dinero.

–Mira, esta novela tiene dos personajes. Uno es César Martínez, que era el pianista que estaba en el bar, es real y en cuyo pellejo me meto. El contrapunto es una chica que tiene la edad que yo tenía entonces, veintitantos años, y ambos van contando esa década. En un momento determinado el pianista le riñe a ella, diciéndole que el consumismo les iba a amargar la vida. Entonces creo que había en España siete millones, ahora hay muchísimas más. La gente se gasta un dineral en ir a un gimnasio, cosa que antes nunca se le hubiera pasado por la cabeza hacer a nadie. El cambio de la sociedad española es muchas veces para bien, pero ya se veían muchas cosas que ahora sufrimos.

–Sí, pero escuchándole, lo de ahora es un coñazo.

–(Risas) Bueno yo sigo pensando que hay que defender los valores que aprendí y llevé a cabo durante esos años. No me he indignado más de la cuenta, ni me he cabreado, porque mi apuesta por la vida la aprendí entonces. En los 80 cada día era mejor que el anterior, eso estaba claro porque a todo el mundo le iba mejor. En Almería, la gente empieza la década meando en el corral y la termina con cuartos de baño alicatados hasta el techo. Eso se dice pronto, pero hay que ver cómo se llevan a cabo muchas cosas que son muy difíciles de lograr. Creo que los cimientos del sistema de convivencia que tenemos son muy sólidos, pero ahora la vida es bastante mejor. Los tiempos que vivimos no son tan coñazo, aunque algunas cosas sí: llevo cuarenta años dedicado al periodismo político y actualmente no lo soporto ni yo.