Inmigración

Gobernar de sevillanas maneras

La Razón
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Aunque a cargo del negociado estén un vecino amable y un excelente amigo, no puede decirse que el que termina sea el mes en el que mejor ha funcionado la comunicación en torno al Ministro del Interior. Juan Ignacio Zoido, a quien el españolismo menos apaciguador acusa de connivente con la patota de la CUP y sus mozos de cuadra, mandó recluir en una no estrenada prisión a medio millar de argelinos. Los jefes de la pasma suelen presumir de pragmatismo: el primer Felipe González, con la cloaca rebosante de la porquería de los GAL, repetía como si fuese un oráculo el topicazo felino de Deng Xiaoping («da igual que el gato sea blanco o negro, lo importante es que cace ratones») y su último alguacil, Juan Alberto Belloch, defendió a sus mortadelos del CNI cuando la chapucera captura de Luis Roldán: «Había un problema y se ha solucionado». Es lo que se dice acerca de los magrebíes encarcelados en Archidona (Málaga), no legal pero sí literalmente, pero ya se sabe que en democracia las formas no es que sean importantes, es que lo son todo. Para compensar, Zoido se congratula campanudo por el acuerdo al que han llegado las hermandades del primer turno del Viernes Santo sevillano, vulgo Madrugá, para sacrificar algunos recodos de su itinerario cofrade en el altar de la seguridad. Anda errado, sin hache, el ministro si cree que un chispazo de etnocentrismo hispalense va a mitigar la impopularidad de su noviembre negro. Al contrario, sus adversarios (sobre todos los internos y la interna más que nadie) lo aprovecharán para señalarlo como un incorregible andaluz folklorista, a quien en absoluto le importa que el mundo se hunde si él se enamora, valga la cita de Casablanca en las Bodas de Oro de su estreno. España arde, pero la-Semana-Santa-muy-bien-gracias. Ojú.