El desafío independentista

La historia interminable

La Razón
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Esto es lo que estamos viviendo las 24 horas. En el capítulo 2.133. 336 de «Cataluña está ofendida, ¿por qué será?» aparece la alcaldesa de Barcelona, miss Colau –sabido es que los pro independencia usan mucho el inglés, que les resulta más cercano que el español, otra de las muchas verdades infundadas que han logrado imponer–. La citada autoridad afirma que miembros de los servicios de seguridad ciudadana del Estado son agresores sexuales. Esto no se puede tomar más que como un chiste malo. Habría que preguntarle a miss Colau si los agentes realizaban los tocamientos antes o después de apalear a las pacíficas y seráficas votantes. Verdaderamente para reventar. En estos andurriales siempre aparece algún tertuliano que aprovecha para dejar claro que parte de las reclamaciones económicas del hipotético nuevo Estado son los fondos propios que van para Andalucía. Con tantos palitos a las espaldas de nuestra tierra no sería raro que surgiera alguna nueva formación nacionalista. El momento es propicio. Sin ser experto en casi nada, y menos en economía –solo con la indispensable información–, es conocido que nuestra tierra ocupa uno de los primeros puestos en cuanto a extensión territorial y el primero en cuanto al número de habitantes. A pesar de ello no es precisamente la que más fondos del Estado recibe. Cataluña exporta más del 80% de sus productos al resto de España y a la Unión Europea, sobre todo a Italia y Francia. Andalucía está entre sus primeros clientes porque, aparte del número antes reseñado, hay que añadir como compradores los millones de turistas anuales, más otros tantos de residentes extranjeros, sobre todo en las costas. Son miles de millones de euros los que Cataluña recauda de la venta de todo tipo de productos, desde coches a vinos, más sus correspondientes IVA –tremenda injusticia esto de los IVA que revierten en la comunidad donde están radicadas las empresas; en ese terreno Madrid y el condado de Barcelona tendrán algún día que dar cuentas–. Así que la siempre explotada y esquilmada comunidad saca un buen beneficio de su intercambio con esta tierra. Lo que sí quiero reconocer es que resulta algo poco creíble que se usara incluso papel higiénico como papeletas para introducir en las urnas. Claro que como éstas eran una especie de papelera para basura, vaya usted a saber.