Cataluña

Ojalá fuese un elefante

La Razón
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Felipe González, el último hombre de Estado que dio esta tierra antes de despeñarse por el autonomismo desorejado, se ha preguntado a propósito de Cataluña: «¿Podríamos proponer que un elefante fuese presidente?» La respuesta es sí, a causa de la precipitada convocatoria de elecciones que siguió a la aplicación del 155; ayer, en la constitución de ese circo al que algunos aún se empeñan llamar Parlament, comprobamos que los cuatro partidos separatistas, incluida la banda de Bonnie Colau & Clyde Iglesias, investirán si les place a un paquidermo, en efecto, o a un holograma o al Bombero Torero. Pero la culpa, ay, como el gordo de Navidad, está muy repartida. Con su primera mayoría absolutísima, más de 200 diputados, el PSOE forzó al Tribunal Constitucional a podar la LOAPA y en ese preciso momento comenzó el blanqueo del nacionalismo o, dicho en palabras vargallosianas, ahí se empezó a joder el Perú. «Vamos a meter en la cárcel a Jordi Pujol», anunció Alfonso Guerra a cuenta del saqueo de Banca Catalana, pero prefirió darle el poder absoluto para que, inmersión lingüística mediante, moldease a su antojo a las generaciones que hoy desafían al Estado con un discurso disgregador y xenófobo. Felipe González hace hoy loables esfuerzos por reconducir la política nacional hacia la sensatez, pero ninguna declaración ingeniosa lo redimirá de sus pecados pretéritos y del trazado de una línea, el cambalache permanente con los chorizos de CiU, seguida luego por Aznar, Zapatero e incluso Rajoy, que aún pactó para 2012, por Sánchez-Camacho interpuesta, los presupuestos de la Generalidad que presidía Artur Mas. No, no será por desgracia un elefante el próximo presidente catalán, sino alguien deseoso de terminar con España apoyado en delirantes teorías supremacistas.