Bruselas

Que no pare el mambo

La Razón
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Para un notable número de separatistas, la ensoñación ha de continuar pase lo que pase. Una vuelta más con tirabuzón. Que siga el espectáculo. Después del 155 blando, he ahí la noticia. Cuanto más se tense la cuerda, cuanto más sigan exacerbándose los hastíos, en mayor medida se cargarán los extremos de munición sentimentaloide. Y en ese fango, la demagogia independentista se mueve como un chancho. Llega el baile; agárrense, insinúan. El mambo que han voceado la CUP de Anna Gabriel y el SAT de Sánchez Gordillo, tanto monta, ha llegado para danzarse. A eso aspiran. Y para ello llegan a atreverse con citas a Antonio Machado: el camino, una vez arrojado el viejo «Proceso» por el barranco, se hace al andar. ¿Se refieren al «Proceso»? No, al baile. Atento a esa meta, al separatismo más iluminado no le importa inundar de cornezuelo el aire de los suyos o nutrirlos con pan de centeno atizonado. Del fuego de San Antonio al de San Marcial, la intoxicación de la masa puede irse de las manos. Es lo que se pretende. El baile resulta evidente en el caso del presidente cesado Puigdemont, a quien de Bruselas a Estrasburgo, por encadenar iconos supranacionales, le espera un corto camino de autopista. La ciudad francesa, sede del Tribunal de Derechos Humanos, recibe el año que entra el quinto centenario de una célebre epidemia de danzas que mantuvo a un número notable de paisanos bailando durante días. Nadie sabe realmente qué pasó. La histeria colectiva acabó con varios muertos de cansancio. Con los siglos, los historiadores achacan estos episodios a los efectos neuronales de una ingesta de alimentos venenosos. Del hongo al centeno, de Puigdemont a Junqueras, habrá que ver cómo interpreta la historiografía esta intoxicación masiva de psicotrópicos.