Viajes

Semáforos con corazón rojo

Semáforos con corazón rojo
Semáforos con corazón rojolarazon

Ponderó Miguel de Unamuno las propiedades salutíferas de los viajes, que aseguró que curaban a los racistas; también desde luego a los provincianos, esos seres que sufren una variante menos virulenta de la xenofobia. El español en general y el andaluz en particular padecía hace no mucho la enfermedad del «mejormundismo», una patología que lo llevaba a despreciar, por pura ignorancia, cuanto sucedía más allá de lo que la vista alcanzaba desde el campanario más próximo y a celebrar como prodigio cualquier fruslería que viese en casa. El «mapping», un poner, esa proyección sobre los edificios que vendía el Ayuntamiento de Sevilla como una vanguardia cuando hace dos decenios que se contempla en la catedral de Chartres. Ejemplo prístino de cateta ilustrada, Manuel Carmena reclama para sí la autoría intelectual de los semáforos con mensaje, esos muñequitos que permiten o vedan el cruce de los peatones mientras exaltan las bondades de las nuevas modalidades de familia. (En Berlín, se venden camisetas con sus reconocibles iconos semafóricos desde los tiempos de la RDA). Quiso para sí la alcaldesa, además, el título de ciudad del amor que pensaba que ostentaba París sin considerar que así se denomina inmemorialmente a Akureyri, la segunda ciudad de Islandia, donde la luz roja tiene forma de corazón. Y ella que se creía tan original, la pobre. «Aquí se practica la tolerancia con los homosexuales y las madres solteras desde la época de la colonización danesa», presume un viandante, que recuerda «de toda la vida» la particularidad cardíaca de sus semáforos. De las tonterías que se entera uno cuando se va de vacaciones.