Inmigración

Un camposanto en el Estrecho

La Razón
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En los 15 kilómetros que separan el continente europeo del africano reposan miles de restos humanos que han intentado atravesarlos. El fondo del Estrecho se ha convertido así en uno de los mayores camposantos del planeta. El tránsito de personas de un continente a otro ha existido desde que el hombre es hombre y nada hace indicar que tal situación varíe en el futuro. Sólo en 2015 fueron rescatados 1.500 africanos en sus aguas, cifra similar a la que se estima que perecería ese año donde los antiguos creían que estaba el fin del mundo. Non plus ultra, advertían. La energía que brota de la Tierra, el flujo de placas tectónicas que flotan sobre el viscoso manto, ha querido que, a lo largo de los milenios, la distancia entre África y Europa se haya modificado kilómetro arriba o kilómetro abajo. Hoy son unos 15, pero podrían ser más si, por ejemplo, el gigante iceberg de la Antártida que en los últimos días amenaza con la deriva termina fusionándose en el mar. Así ha sido desde siempre: a los periodos glaciales les han seguido lapsos interglaciales, a las distancias cortas les han seguido menos cortas y a las personas que pretendían cruzar el Estrecho les han costado más o menos paladas alcanzar la otra orilla. Que, en días de claridad, desde Tánger o Ceuta se divise a la perfección las poblaciones de Bolonia, Tarifa o Algeciras ha brindado de histórico señuelo a los ansiosos de la incierta travesía. El espejismo, sin embargo, no se ha producido siempre en la misma dirección. Hace unos 200.000 años eran los europeos quienes migraban a África. Entonces eran menos de 15 kilómetros, aunque los náufragos fueran los mismos.