Andalucía

Un gran mundo (II)

La Razón
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Les dejé con una bella americana bailando en el Pasapoga de Madrid con el apuesto Luis de Figueroa, conde de Quintanilla, hombre culto, rico, amante del arte y de las antigüedades. Incluso llegó a tener una tienda de estos artículos como distracción. Se comentaba en la época que era una extraña pareja y que su relación no tenía futuro alguno. Que la madre de Luis, Blanca de Borbón, nunca aceptaría la boda de su hijo con una aventurera americana. Como tantas veces ocurre, los augurios fallaron. Se casaron, tuvieron hijos y se convirtieron en una de las parejas ideales de la alta sociedad internacional. Pasaban temporadas en París, en el palacete de los duques de Windsord, sus grandes amigos. En Nueva York y en todos los paraísos del mundo ella era elegida anualmente como una de las mujeres más elegantes del planeta. Aline era íntima de Cayetana de Alba, Grace Kelly, Ava Gardner, Audrey Hepburn, Liz Taylor... Era licenciada en literatura, por ello escribió varios libros, algunos de gran éxito incluso en el mercado americano. La conocí a través de un amigo común, Gonzalo Presa, y mantuvimos una estupenda relación. Salíamos con frecuencia. Las cenas eran interminables y divertidísimas. Te contaba historias de grandes personajes que había tratado en su larga vida. Recibía en su casa maravillosamente, tanto en grandes cenas como en almuerzos más íntimos. Se sentía muy española, amaba Madrid, Sevilla era una debilidad, pero, sobre todas las cosas, adoraba Extremadura y su finca Pascualete, donde ella se sentía libre montando a caballo. Esperaba siempre tener unos días para estar sola allí y relajarse de su intensa vida social. Fue mujer de fuerte carácter, escogía a sus amigos sin que su condición social tuviera importancia y solo pedía educación y sentido del humor. Tenía fuerte carácter. Detestaba a las personas que se le acercaban en busca de brillo social. Recuerdo un año que vinimos juntos al Sicab. En uno de los almuerzos informales una señora, ahora muy conocida, no se le despegaba. En un momento se sentó al lado de la condesa y ella en alta voz me llamó: «Enrique siéntate a mi lado, que eres mi amigo, a ver si de una vez esta señora me deja en paz». Se ha ido, como una especie de último mohicano, una forma de vivir. Aunque era patrimonio de pocos, era indudablemente como un mundo creado por Marcel Proust, Roger Peyreffite, Jean Cocteau o Visconti.