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Cambiar de cama

La Razón
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Esta vida, dice el poeta francés Charles Baudelaire, es un hospital en el que cada enfermo está poseído por el deseo irrefrenable de cambiar de cama, desde el que prefiere sufrir frente a la estufa, hasta el que piensa que cerca de la ventana se curará. Sustitúyase «cama» por cualquier otro asunto sobre el que dependa nuestra fatigada existencia y ya la habremos liado.

Así, no es extraño que cualquier sitio o circunstancia nos parezca muchísimo mejor que aquella en la que precisamente nos encontremos e, igualmente, y por este mágico cambalache, siempre sea mejor ser cualquier cosa menos lo que ya somos.

A mí por ejemplo, me gustaría, qué sé yo, ser zurdo, vivir en el Ngorongoro y dirigir al mismo tiempo una orquesta, a ser posible filarmónica. Es más, creo firmemente que la unión de estas tres circunstancias —y no estoy dispuesto a renunciar a ninguna de ellas— son absolutamente imprescindibles para que pueda ser feliz.

Y así andamos, me temo, totalmente dislocados. ¿Y no podríamos, por decir algo, conformarnos con lo que ya tenemos y dejar de negociar absurdamente con la realidad? ¿No acabaremos pareciéndonos a aquel personaje literario del británico C. K. Chesterton que se lanza a buscar una isla remotísima para acabar desembarcando precisamente en el lugar desde el que ha partido?

Al final, vamos a creernos los primeros en descubrir algo cuando en realidad seremos los últimos —«in my end is my beginning», decía el poeta—en dar con lo evidente: que podemos gozar del mundo y al mismo tiempo encontrarnos en él como en nuestra propia casa.

Y sin necesidad de cambiar de cama.

*Carlos Pujol, de la Editorial Alrevés