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Carme Forcadell: La censora de los malos catalanes

Perfil. Carme Forcadell, presidenta del Parlament

La Razón
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Carme Forcadell es ya la nueva presidenta del Parlament. Su pareja de hecho, Muriel Casals, le aplaudió desde la bancada soberanista del hemiciclo. Las dos «tietas» al frente de la Asamblea Nacional Catalana y Òmnium Cultural han sido, y todavía son, las musas de ese soberanismo que va a lo suyo.

El resultado de las elecciones la trae al pairo. Cataluña quedó dividida en dos bloques cada vez más distanciados, pero eso no es ningún inconveniente. Ella, ufana, lanzó un sonoro «visca la república catalana» en su toma de posesión. Alabó al pueblo soberano pero ha desdeñado a ese pueblo soberano que representa el 50% de los catalanes que son partidarios de la unidad de España. La monja laica ya ha dictado su veredicto. En Cataluña hay «buenos» catalanes, los independentistas, y «malos catalanes», esos que no comulgan con el procés, y ha elegido al enemigo para su propia yihad: el Estado español, que es la cuna de todos los males.

La monja laica se considera, a sí misma la elegida. La que tiene un mandato supremo de convertir a Cataluña en un Estado independiente. Dice que será la presidenta de todos. Y no miente. Será la presidenta de todos los catalanes que hayan mostrado su ardor patriótico. El resto, para ella, no cuenta. Ahora, Carme Forcadell se ha convertido en presidenta del Parlament con el apoyo de la CUP, de Juntos por el Sí y de algunos diputados de Podemos que quieren pescar en las charcas «cuperas» porque esa organización no se presenta a las elecciones generales. La monja laica sigue pregonando su religión y su fe independentista mientras profetiza el paraíso de la Cataluña independiente. Es ese país bautizado como República Catalana en el todo son parabienes. Sus mandamientos se reducen a uno: todo irá bien en nombre del pueblo catalán. El nuevo país será el nuevo Edén en el que «las abuelas no tendrán que hacer de canguros», «no habrá desahucios», el paro no existirá, la riqueza fluirá por todos los rincones de su geografía, «Cataluña será un nuevo Estado de Europa» e independencia es, simple y llanamente, progreso social y económico», donde las crisis estarán desterradas como el paro y la inflación, o los accidentes de coche o el cáncer –véase el programa electoral de CDC en 2010–.

Como Agustina de Aragón, se dirige a las masas ondeando la estelada. Esa bandera que la agitan unos catalanes contra otros y que ha enterrado a la senyera, la bandera de todos. De nuevo la monja laica agita la bandera de los «buenos» contra los «malos», esos que no merecen ser, ni son, catalanes y, de paso, se agita contra los malvados españoles que son el enemigo a batir. No es una recién llegada a la política. Fue candidata de ERC en Sabadell y cosechó unos 6.000 votos. Los mismos que la mantuvieron al frente de la Asamblea Nacional Catalana. El alambicado sistema de elección de la asamblea le permitió seguir al frente de la organización porque era el consenso entre los partidos soberanistas. La necesidad de Artur Mas de esconderse tras la supuesta «sociedad civil» la hizo protagonista de la deriva soberanista de CDC y la convirtió en una líder de referencia que ahora asume con fervor. Carme Forcadell, la monja laica, ha llegado al éxtasis y seguirá profetizando un futuro idílico basado en la fe de la religión cuatribarrada.