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El año de la venganza

El cine y la literatura vuelven a apostar por el rencor como el motor dramático de todas sus historias

Gerard Depardieu en la versión cinematográfica de «El conde de Montecristo»
Gerard Depardieu en la versión cinematográfica de «El conde de Montecristo»larazon

Estamos en 2016 y parece que no queda rastro de la antes hermosa otra mejilla cristiana. Si hemos de conocer a los seres humanos por sus diferentes formas de representación, es decir, por cómo aparecen en el arte, la publicidad o la ficción, los seres humanos deberían llamarse «homo rabiosus». Porque la pulsión más popular en estos momentos no es el amor, es la venganza. Está en todas partes, y con ella todo lo que arrastra, el odio, el rencor, el desprecio, la ira... Y dicen que la sociedad ha perdido sus valores, ¡al revés, los ha recobrado, según dirían los furiosos babilonios! Y Dios si eran furiosos.

Aunque quizá los hombres no se representan a través de la ficción y el arte, sino que más bien se exorcizan. Es decir, no representan como son, sino cómo podrían ser, precisamente para no tener que serlo. Ver a un hombre vengar la muerte de su perro, como en la película «John Wick», consigue que nos venguemos de cualquiera que nos haya denigrado. La catarsis arístotélica impide que los seres humanos nos venguemos de nuestra propia sombra, porque la pulsión está ahí, eso está claro.

Los griegos y sus tragedias sabían mucho de venganza, pero nosotros sabemos más. Sólo hay que ver la cartelera cinematográfica, de «El ecualizador» a «Taken», «Kill Bill», «Dogville», «Old Boy», etc. Si hasta los superhéroes más famosos se llaman «Los vengadores» . En los 70 y 80 la gente se burlaba de la serie «Yo soy la justicia» de Charles Bronson, cuando ha acabado por ser uno de los títulos más imitados de la historia del cine.

Por supuesto, no hay nada original en la venganza. Siempre ha habido grandes historias sobre venganza. Lo original es su actual aceptación. Antes los vengadores eran antihéroes, ahora son superhéroes y todo. El título más famoso es «El conde de Montecristo», de Alejandro Dumas, escrito junto a August Maquet, que desapareció de los créditos a cambio de dinero, lo suficiente para no tener ganas de vengarse de Dumas padre, el rastrero. Gran novela de aventuras, el siglo XIX fue así el primero de grandes venganzas.

Al texto de Dumas, basado en una historia real, le salieron múltiples imitadores, basados por tanto en una historia ficticia, lo que demuestra, alc ontrario de lo que podía parecer, que la realidad sólo es la degeneración surgida de la ficción. El «imitador» más brillante fue Alfred Bester, que dentro de la ciencia ficción, situando la acción en el siglo XXV, convirtió a «Las estrellas, mi destino», en la gran historia de venganza del siglo XX.

Sólo hay un libro sobre venganza que se le acerca en el siglo XX, y no lo hace porque no es el tema principal de la novela. Aquí van unas líneas... «Mi nombre es Íñigo Montoya. Tú mataste a mi padre. Prepárate a morir». «La princesa prometida», de William Goldman, es un clásico moderno que sigue poniendo los pelos de punta a quién se acerque a esta renovación de las novelas de aventuras.

A partir de aquí los ejemplos son múltiples. «Hamlet», de William Shakespeare es un título obvio, aunque la escena más vengativa del dramaturgo inglés esté en «Titus Andronicus». No tan «alta literatura», pero con el mismo impacto en el lector está «Carrie», de Stephen King, la adolescente telequinética con una madre horrible y un sentido del humor vengativo.

Otros clásicos del género son «Colomba», de Prosper Mérimée o «Cumbres borrascosas», de Emily Bronte, la obra maestra de las venganzas rebuscadas e indirectas. En los últimos años, «Perdida», de Gillian Flynn, es una gran vuelta de tuerca femenino al fenómeno. Pero estos sólo son ejemplos extraordinarios. La venganza está en todas partes y suele ser vulgar.