Conciertos

El Sónar se viste de gala

Más intención, más urgencia y más personalidad demostró Elysia Crampton, artista transgénero de Virginia, pero de origen boliviano, que puso patas arriba el SónarComplex

La sensación es que está edición del Sónar será de las más masivas
La sensación es que está edición del Sónar será de las más masivaslarazon

A falta de datos oficiales, hay un montón de gente en este Sónar. ¿Más que otros años?

A falta de datos oficiales, hay un montón de gente en este Sónar. ¿Más que otros años? Hay tanta gente que hasta hay bebés con tatuajes, o quizá sólo era una mancha en el bracito de la papilla de fruta. No lo sé, había tanta gente que no se podía ver bien. Así empezó el viernes, con la impresión de que los que vinieron el jueves habían avisado a todos sus amigos para que no se perdiesen la experiencia. Multitudes acogió, por ejemplo, el alemán Roosvelt, que vestido de blanco impoluto atemperó el calor con una ración poética de tecnopop edulcorado, tan limpio como su propio atuendo que puso tiernos a todos sin quitarles las ganas de bailar. Un descamisado compatriota alemán, porque tenía la bandera pintada en el carrillo, hasta intentó el can can y su sandalia salió volando. No le dio al bebé tatuado, por suerte.

Más intención, más urgencia y más personalidad demostró Elysia Crampton, artista transgénero de Virginia, pero de origen boliviano, que puso patas arriba el SónarComplex. Vestida de India de larguísimas y finas trenzas, avisó que hablaba un muy mal castellano en un muy mal español, pero eso fue lo único que hizo mal. Arrancó detrás de un sintetizador colgante y dejó clara su propuesta desde el inicio. Oscuridad vertiginosa, ritmos contagiosos, densidad, ruidismo emocional y belleza tan personal como magnética. Hay artistas que sientes que tienen una necesidad nerviosa de expresarse, lo que hace que su música sea un imperativo y que implique. Doble bravo para ella.

En ese momento le tocaba el turno a la clase magistral de la italiana Suzanne Ciani, una de esas pioneras del tecno más intelectual e incisivo. Llegó con una caja de mezclas de apariencia vintage, con tanto cables que parecía una telefonista que hubiese enloquecido, pero los efectos fueron espeluznantes. Al acabar empezó a dar saltos de alegría, demostrando que no era una cyborg retro futurista. La impresión que causó no hubiese sido mayor si lo fuese. Por cierto, ¿cuándo veremos el primer Dj de inteligencia artificial en el Sónar? Pronto, pero seguro que no salta con la misma alegría que Ciani,

Ahora la gente reclamaba ruido y descontrol y lo obtuvo con el inglés Evian Christ, que realizó una atronadora sesión en el SónarHall de delirio industrial, hip hop de maquiavélicos beats y una explosión de luces, como un enorme cuatro en raya que no dejaba de parpadear, cegaba y al mismo tiempo vampirizaba. Tenía tiempo de insertar clásicos del pop de los 80, pero sólo era la calma que precede a la tormenta. A pocos metros de allí, el descaro de la española Bad Gyal quedaba algo descafeinado, pero esta reina del trap sabe como atrapar todas las miradas. Acompañada por dos bailarinas consiguió poco a poco imponer su chulería y demostrar que tiene mucho que decir a su público, que llenaba a rabiar el SónarXS.

Otro ejemplo de ejercicio extremo fue el de la china Pan Daijing que apareció con la cara cubierta por un pañuelo y empezó a samplear sus gritos hasta el infinito con oscuros ritmos industriales detrás en un espectáculo tan “arty” como desafiante y febril. Los gritos eran tan contagiosos que la gente abría la boca imitándolos.

A estas alturas ya era difícil desplazarse de un escenario a otro. Cuando aparecieron el combo Fat Freddy’s Drop, el tiempo se detuvo por unos instantes. Existe una sensación constante de velocidad en el Sónar, de inmediatez, y está bien desacelerar y volver a la calma. El reggae con toques funk y pinceladas electrónicas de los neozelandeses fue como cuando un astronauta vuelve a la nave después de sobre volar el espacio. Uno se siente seguro, sabe lo que está viendo, pero pronto echa de menos la adrenalina de la aventura. Ellos mismos se transformaron en delirio electrónico al final de su “show” y todos a volar.

Mientras, los franceses Nonotak, ocultos tras enormes pantallas en cruz, como si fueran biombos, realizaron una buena sesión techno con juegos de sombras en las pantallas y proyecciones geométricas que parecían responder al ritmo. Para acabar, los bailes robóticos de Clark pusieron el broche final al día.