Cultura

Grabados en la portería

La artista Paula Bonet ha transformado un espacio en el barrio de Gràcia en un taller en el que se ha recuperado el grabado como técnica artística. Todo ello mientras trabaja con Aitor Saraiba en un libro homenaje a la literatura con la amistad y Roberto Bolaño como excusa

El local de la artista está lleno de referencias a todo tipo de artistas a los que admira
El local de la artista está lleno de referencias a todo tipo de artistas a los que admiralarazon

La artista Paula Bonet ha transformado un espacio en el barrio de Gràcia en un taller en el que se ha recuperado el grabado como técnica artística. Todo ello mientras trabaja con Aitor Saraiba en un libro homenaje a la literatura con la amistad y Roberto Bolaño como excusa.

Si ustedes se acercan al barrio de Gràcia, hasta la portería de uno de sus edificios, no se encontrarán a la responsable del mantenimiento del edificio. Ese espacio acoge, desde hace pocos meses, el último proyecto artístico de la artista Paula Bonet: un taller dedicado al grabado.

Si ha demostrado Bonet algo en los últimos años es su capacidad para reiventarse, para pasar de una técnica a otra hasta poder crear un universo muy personal que ha dado pie a títulos como «Qué hacer cuando en la pantalla aparece THE END», «813, Truffaut» o «La sed». Esto le ha servido para poder moverse por caminos como los del dibujo o el óleo hasta llegar ahora al grabado, a todas las fórmulas que permite el grabado. Y todo ello sin moverse una portería que se ha convertido en uno de los ejes creativos de Paula Bonet. El espacio, hasta hace poco una vivienda en la que convivían cinco personas, es ahora el hogar de las láminas de cobre en las que se graban las imágenes con las que la artista plasma su muy personal mundo.

La artista nos abre la puerta de un taller en el que también se imparten clases a un reducido grupo de alumnos, gente procedente de Bilbao, Zaragoza, Valencia o Lisboa. Paula Bonet reconoce feliz que «estoy de subidón porque estoy trabajando con una técnica que está en desuso, además de no estar al alcance de todo el mundo. Sin embargo, interesa mucho y buena prueba de ello son los talleres que estamos organizando». Y es en la preparación de la obra, en el trabajo con el cobre, los productos químicos, la tinta o el tórculo hace que «tenga la piel de gallina».

El objetivo, como a ella le gusta decir desde este rincón del barrio de Gràcia, en una finca en la que parece que se ha parado el tiempo, es «difundir un arte como el grabado». Y la autora va desgranando todas las posibilidades: desde el aguafuerte al aguatinta pasando por la xilografía, todo ello en un espacio que, como le gusta decir, «me permite jugar y avanzar en mi trabajo».

La voluntad de la autora de «La sed» ha sido respetar el espacio que se encontró en la portería. «Cuando me mudé a este edificio y pasaba por esta pequeña puerta, había algo que me tentaba. En un primer momento, la idea era la de tener un espacio propio de trabajo, pero eso acabó mutando en un taller dedicado al grabado, el mismo lugar en el que hasta hacía poco tiempo habían vivido cinco personas. Mi idea ha sido recuperar y respetar en todo momento un espacio al que puedo venir a trabajar de noche, incluso puedo bajar en pijama para trabajar», explica sobre este rincón de 30 metros cuadrados en el barrio de Gràcia.

La cueva de los tesoros

El mobiliario ha sido fabricado expresamente, además de buscar con cuidado las herramientas con las que se ha acabado dando forma a este taller, a esta cueva de Ali-Babá en la que los tesoros son las estampas que realiza con una precisión de cirujano, pero con la calidad de quien sabemos que es una de las mejores creadoras del panorama artístico actual. Desde el 1 de octubre, su puerta está abierta a ese tipo de trabajo, a una mirada artística que bebe de Durero, Rembrandt o Goya, a quienes no duda en calificar como sus referentes más inmediatos.

En las paredes de la portería ya no queda rastro alguno del antiguo papel pintado y que hacía que pareciera que el tiempo se hubiera parado en este lugar. Paula Bonet ha dejado una pequeña muestra de ese papel, pero ahora está acompañada de fotografías de algunos de sus principales referentes creativos, como un sonriente François Truffaut o un Oscar Wilde en su elegante actitud de dandy. Tampoco faltan los libros de aquellos a quien admira, como Caravaggio o Louis Bourgeois. Todos ellos son compañeros silenciosos de Bonet en sus numerosos proyectos. Uno de ellos lleva nombre del escritor chileno más leído e influyente de los últimos tiempos. «Después de “La sed” necesitaba alejarme de mí. Sí, estoy escribiendo, pero quiero hacer otra cosa y los textos necesito que reposen. Estoy con proyectos que me permiten alejarme de todo esto a lo bestia y uno de ellos es con Aitor Saraiba: es un canto de amor a la literatura y a la amistad, a Roberto Bolaño y su novela “Los detectives salvajes”. Ese ha sido el hilo que nos ha unido», argumenta Bonet quien subraya que en ningún momento su trabajo con Saraiba debe entenderse como un texto de Bolaño ilustrado. Es la búsqueda del autor de «2666» y «Putas asesinas», pero también la caza de su sombra errante.

El compañero de Bonet en esta aventura puntualiza que este proyecto, titulado «Por el Olvido» y que publicará Lunwerg, es «un laberinto. Un laberinto donde la amistad, la muerte y el amor se cruzan. Es una historia también sobre niños perdidos que buscan el camino a casa, o a la dirección contraria, siguiendo el camino de migas de pan que les dejó la literatura. También es un libro no escrito sobre uno de los autores que devoran; Roberto Bolaño, y cómo su poesía y novelas les llevan a un lugar mucho más lejos del punto de partida. Un lugar del que seguramente ya no regresen porque hay caminos que al recorrerlos es imposible volver atrás: la muerte de un amigo, visitar el infierno, seguir la pista a unos poetas desaparecidos o buscar, como decía Bolaño, la juventud perdida y el amor». A Bonet y Saraiba han sido unidos por «historias vividas muy vividas. En este libro hay mucho de nuestras vidas porque nos hemos visto lidiando con lo mismo». En este sentido, Aitor aclara que «terminaría haciendo algo con Paula Bonet era inevitable y solo cuestión de tiempo, cuando digo “algo” es porque podría haber sido cualquier cosa; irnos a vivir a Chile, dejarlo todo y dedicarnos solo a pintar cuadros que nadie nunca compraría, perdernos en un bosque en mitad de la noche y no ser encontrados jamás».

Y todo eso ocurre en una portería que le ha permitido descubrir a Paula Bonet «lo importante que es en este oficio la paciencia y los tiempos de espera en el grabado, algo que ahora también aplico a otras técnicas como el óleo. Sí, todo acaba teniendo alguna influencia. Es como cuando pasé del dibujo al óleo. Siempre queda algo positivo».

De todo eso positivo que cita Paula Bonet se alimenta esta portería, este lugar en el que el grabado se ha convertido en un inquilino más.