Literatura

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Las otras primeras y únicas novelas

Richard Fariña y G. V. Desani son parte del club de grandes autores con una sóla ficción larga que incluye a gente como Salinger, Mary Shelley o Emily Brönte.

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Richard Fariña y G. V. Desani son parte del club de grandes autores con una sóla ficción larga que incluye a gente como Salinger, Mary Shelley o Emily Brönte.

Según un estudio de la Universidad de Newcastle, que midió y pesó las manos y los pies de 145 escritores de todo el mundo, se puede identificar fácilmente a un magnífico novelista por el tamaño de sus manos y el color de sus pies. El estudio concluía que estos escritores tenía las manos un 45 por ciento más gordas y los pies un 33 por ciento más morado. Ahhh, si fuese verdad. La ciencia tiene estas cosas, a veces es inútil. El sentido común, por otro lado, determina que para identificar a un magnífico novelista lo mejor es mirar sus novelas. Lo demás es circunstancial. Es decir, por muy brillantes que fueran Dostoievsky, Dickens o Flaubert, ¡quién querría mirarles las manos y los pies! Según un estudio de la Universidad de Surrey, la Universidad de Newcastle querría, pero esa es una guerra entre instituciones.

Una vez demostrado que sólo las novelas pueden determinar quién es un gran novelista, existe una corriente de opinión que dicta que sólo se necesita una, una única gran novela, para determinar el valor del escritor para la eternidad. Podría aducirse que, con una única novela, habría que hablar de «la suerte del principiante» o del famoso «one hit wonder» de la música pop, pero la escala de valor aquí es diferente, la dificultad de hacer grandes novelas determina de facto que cualquiera que haga una sola ya guarda el valor de «gran escritor» para siempre.

Los ejemplos son múltiples, algunos del todo conocidos, de J. D. Salinger y su «El guardián del centeno» a Emily Brönte y sus «Cumbres Borrascosas». ¿Es casualidad que los dos tuviesen las manos voluminosas y los pies algo morados? No se sabe si casual, pero circunstancial, por supuesto.

Otros ejemplos, algo inexactos, pero que se aceptan, son los de Harper Lee, con su «Matar a un ruiseñor», que luego, cuarenta años después, sumaría una segunda novela; o ese pobre John Kennedy Toole que publicó postumamente «La conjura de los necios» y después, más postumamente todavía, una novela primeriza escrita con sólo 16 años, porque todos tienen un pasado. Lo mismo le ocurrió a Walt Whitman, el grandioso poeta que escribió sólo una novela, pero que recientemente descubrimos que escribió una segunda, «Vida y aventuras de Jack Engle». Cuando te sitúan en una categoría, vaya si cuesta que te quiten de allí. Otro ejemplo de que, si te determinan que eres un gran escritor, sólo necesitas un libro.

Luego hay otros nombres no tan conocidos, pero del todo reivindicables, como el de Harlan Ellison y su «El hombre invisible», la mejor novela sobre descriminación racial de la historia, vista desde todos los puntos de vista, y que después....nada, o casi nada, porque lo cierto es que escribió más de 2.000 páginas de su siguiente historia de ficción, que sus editores resumirían y publicarían tras su muerte.

Aunque los dos autores poco conocidos y a reivindicar con sólo una novela a sus espaldas son los de Richard Fariña y G. V. Desani. El primero, de famosas manos enormes, escribió la increíble «Hundido hasta el cielo». El segundo, que tenía los pies más morados que Margaret Mitchell o Arthur Golden, la fantástica odisea «All about H. Hatterr» .