Teatro

Estreno

Marionetas y perversión

El Lliure acoge «La visita de la vella dama», de Friedrich Dürrenmatt, una tragedia grotesca sobre la manipulación de las masas

Vicky Peña lidera el reparto de la obra que interpreta no sólo con actores, sino con diversos títeres gigantes, especialidad de la casa de la compañía
Vicky Peña lidera el reparto de la obra que interpreta no sólo con actores, sino con diversos títeres gigantes, especialidad de la casa de la compañíalarazon

El Lliure acoge «La visita de la vella dama», de Friedrich Dürrenmatt, una tragedia grotesca sobre la manipulación de las masas

Mercedes Chevalier solía tener terribles dolores de cabeza, sobre todo si hacía tiempo que no comía nada. Ahora tenía un dolor de cabeza del tamaño de un perro del infierno ladrándole en la oreja. La impresión era exacta, pero no era ningún perro quien la zarandeaba, era el dramaturgo Friedrich Dürrenmatt, que se quejaba de... tanto daba... le dolía tanto la cabeza que ya no podía ni escuchar lo que decía, sólo le oía ladrar. Miró a Dürrenmatt y le pareció ver a un Clumber Spaniel, lo que la hizo sonreír, pero no le libró del dolor. «No querrá un café», le preguntó entonces para ver si se callaba. «Sí, pero recuerda, con sacarina, soy diabético», contestó Dürrenmatt y Chevalier escapó corriendo de su lado.

Mercedes era ayudante de dirección de la obra «Hércules y el establo de áurigas» y con toda la compañía seguía en el ensayo general del montaje, que no estaba saliendo del todo bien. En realidad, eso era un eufemismo, estaba saliendo fatal, tanto, que hasta Dürrenmatt se dio cuenta de que ya no se quejaba, sino que se limitaba a ladrar a la pobre chica que tenía al lado. Al menos ésta se había ofrecido a traerle un café y sabe dios que necesitaba algo calentito.

A Chevalier le encantaba decir que era ayudante de dirección, pero lo cierto es que su principal trabajo era traer cafés a Dürrenmatt y procurar que éste no molestase mucho al director. Los dramaturgos saben cómo molestar a los directores y Dürrenmatt fue uno de los más grande del siglo XX. No tenía por qué estar en los ensayos, pero estaba, y nadie se atrevía a decirle que se fuese a otro lado por si, además de ladrar, mordía. Chevalier tenía que darse prisa, no podía dejarlo solo mucho tiempo.

Salió corriendo hacia el Café Daurier y allí gritó un escueto, «lo de siempre», mientras cogía un trozo de sacher del mostrador. Tenía un hambre de mil demonios y ni siquiera se quitó los guantes para comerse la tarta. Su cabeza estaba a punto de explotar. Ahora parecía que dos gigantescas manos le estuviesen estrujando la cabeza. La impresión volvía a ser exacta. Se miró al espejo de la barra y vio sus manos, todavía con guantes rojos, apretándose las sienes como si su cabeza estuviese al filo del precipicio. «¡Y ese café!», chilló. Su aspecto era tan ridículo que no había comparación posible, se sentía tan ridícula como parecía en el espejo.

La joven sólo quería que ese día acabase de una vez. Por fin, le trajeron el café. Puso ella la sacarina y volvió al teatro corriendo como una gacela perseguida por un leopardo. «¡Mercedes, Mercedes!», oyó en la calle, pero no se paró a ver quién era, sólo corrió todavía más al grito de «¡waauh waauh!»

Entró en el teatro con la sensación de estar perdiendo el juicio. «¿Dónde has estado?», exclamó el director, con Dürrenmatt al lado quejándose y quejándose de su visión del tercer acto. Chevalier sentía que su cabeza era una diana con la bomba a punto de caer en el centro. Le cayó algo del atrezzo encima, pero no, no una bomba. Pidió disculpas, odiando su trabajo, y le dio el café al dramaturgo, llevándoselo de allí como podía. «Este café es la meada de una burra», dijo Dürrenmatt tras el primer sorbo. Hastiada, la chica le arrancó el café de las manos al instante, rebuznó y orinó en el vaso. Dejó el teatro para siempre al grito de «¡el mundo me convirtió en una puta y ahora yo convertiré el mundo en un burdel!»

Dürrenmatt puso esa misma noche esa frase en boca de Clara Zachanassian, la protagonista de su última obra, «La visita de la vella dama», tragedia grotesca en torno al poder manipulador del dinero y la miseria moral y carácter gregario de las masas. Estrenada en 1956, pronto se convirtió en un referente obligatorio del mejor teatro de mediados del siglo XX, que Ingrid Bergman popularizó en el cine, y que hoy día, dentro de un contexto de corrupción y neoliberalismo salvaje, parece tener más relevancia que nunca.

La compañía Farrés Brothers, después de su éxito en Temporada Alta, lleva al Teatre Lliure de Gràcia, una nueva adaptación de la pieza de Dürrenmatt con una particularidad, la mayoría de «actores» de la obra son marionetas. «Es una obra de gran humor negro, muy divertida y truculenta, con ese humor sarcástico y grotesco tan típico de Dürrenmatt. La idea de los títeres nos ayudaban a remarcar la idea de las personas como simples títeres manipulados», señaló ayer Jordi Palet i Puig, director de la obra.

Vicky Peña es Clara

La obra narra el regreso a su pueblo natal de Clara Zachanassian, interpretada en esta ocasión por Vicky Peña. Regresa como hija pródiga, como mujer multitudinaria, que contrasta con la miseria que vive el pueblo. A partir de aquí, y con su dinero como anzuelo, manipulará a todos los habitantes para hacerles caer en la más abyecta inmundicia. Su motivación es clara, vengarse de todas esas personas que la obligaron a huir avergonzada y humillada de allí cuando no era más que una chiquilla. «Esta obra siempre me ha acompañado desde niña, pero nunca la había visto representada. para mí ha sido una aventura interactuar por primera vez con marionetas. Servimos un lenguaje no realista, pero esperamos que se entienda», aseguró Peña.

Junto a la actriz están Xavier Capdet, Jordi Farrés, Pep Farrés, e Ireneu Tranis, además de tres músicos en directo, aunque los grandes protagonistas son estos títeres que se dejan manipular por el dinero de Zachanassian. «Uno de los temas de la obra es cómo se manipulan el significado de las palabras, y esto es algo muy actual. Sólo hay que pensar cómo aquí se habla de democracia o justicia y hay dos bandos que pretenden hacerselos suyos. Es, por tanto, una obra sobre la perversión», concluye Palet.