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Raymond Roussel «superstar»

La editorial WunderKammer recupera «El doble», la primera novela del genio francés

Raymond Roussel
Raymond Roussellarazon

Cuando Raymond Roussel acabó su primera novela, la vida parecía un hermoso jardín al que él pudiese alterar a su antojo. Su sensación de maravilla y hazaña le hizo creerse una especie de Jesucristo Superstar.

Cuando Raymond Roussel acabó su primera novela, la vida parecía un hermoso jardín al que él pudiese alterar a su antojo. Su sensación de maravilla y hazaña le hizo creerse una especie de Jesucristo Superstar. «Mi fama ensombrecerá a la de Víctor Hugo o Napoleón», llegó a decir. Sin embargo, cuando la publicó de su propio bolsillo y nadie le hizo ningún caso, la maravilla se transformó en ridículo. Entró en una crisis nerviosa que llegó a paralizarle. Hubo una vez un bobo que miró a una pulga en su brazo y cuando notó su picadura, se rió. «Bebe, parásito, bebe, siéntete todopoderoso, pues ese es el efecto narcótico que mi brillante sangre causa a los idiotas», dijo. Ese bobo era Roussel. Y ese bobo era un titán, un genio. El tiempo acabaría por darle la razón. Porque él se convirtió en un titán, un genio, porque quiso serlo, no porque lo fuera.

La fatal experiencia de esta decepción la explica muy bien Michel Foucault en el ensayo sobre el escritor. «Roussel dijo que cuando acabó el libro, creía que tendría una especie de aura visible alrededor de su persona que haría que todo el mundo pudiese ver lo que había logrado. En realidad, este es el oscuro deseo de todo aquel que escribe. Es cierto que lo que uno escribe primero no es para los demás, ni porque uno es como es. Uno escribe para convertirse en otro que no es. Uno intenta modificar su modo de ser a través del acto de escribir», dijo Foucault.

Es decir, que Roussel comenzó a escribir no porque fuese todopoderoso, sino para convertirse en todopoderoso, y al ver que nada había cambiado, que seguía siendo el niño rico y ocioso que había sido siempre, cayó en una crisis nerviosa. «Tuve la impresión de que caía en tierra desde lo alto de una prodigiosa cúspide de gloria. Fue tal el trastorno que experimenté que incluso llegó a manifestarse una especie de enfermedad cutánea que se tradujo en un enrojecimiento de todo el cuerpo», decía Roussel, cuya madre llegó a llevar al médico porque creía que tenía sarampión.

La editorial WunderKammer publica ahora, por primera vez en castellano, aquella primera novela de Roussel, un Roussel adolescente, de 19 años, ansioso de transformarse en un oráculo moderno, en un ¡gloria, gloria, aleluya! que cantasen los niños. El título, «El doble», novela escrita en versos alejandrinos protagonizada por un actor sin suerte, en una Niza soleada y carnavalesca tan sugestiva e hipnótica como un abracadabra frente a la cueva de Alibabá. Con una magnífica traducción de María Teresa Gallego Urrutia, la obra no forma parte de su poética autoreferencial que desarrollaría a partir de «Impresiones de África», pero sí deja ver a ese niño en busca de su mutación en elefante rimador y hamelinesco.

La ambición, la voluntad de poder de este «excéntrico» encantador es, asi, legendaria. Recuperado de esta primera crisis nerviosa, con la muerte de su padre y una holgada herencia en su bolsillo, decidió dedicar cuerpo y alma a su mutación definitiva. Encerrado en su propio mundo de maravillas, escribiendo sin descanso, publicando todos sus libros de su propio bolsillo, buscó en sus viajes por todo el mundo la forma exacta que le permitiese dejar ver a los demás su indudable gloria. Ni «Impresiones de África» ni «Locus Solus» le dieron ese aura de genialidad visible por todo el mundo, pero tenía dinero, tenía voluntad y tenía una fe incondicional en las palabras. Las palabras son mágicas, pues crean significados, es decir, realidad. Su poética negaba el escribir como un arte referencial de la vida, sino un mundo en sí mismo, es decir, un mundo en expansión, un mundo de conquista.

Después de tres décadas de misión de autoafirmación de su voluntad, la herencia de su padre se acabó y allí comenzó su segunda crisis nerviosa. El aura todavía era invisible para todo el mundo, pero él seguía sintiendo su peso inmenso en su espalda. Y no podía continuar su modo de vida, aquel en que era rey a pesar de todo. El 14 de julio de 1933, en un lustroso hotel de Palermo , apareció muerto por una sobredosis de barbitúricos. ¿Suicidio? Cuando uno es rey, la vida es sólo un juego plebello del que es fácil desprenderse. La gloria le esperaba, de eso estaba convencido. «Alcanzaré cimas gigantescas. Hay en mí, en potencia, una gloria inmensa, como en un proyectil de obús formidable que no hubiera explotado aún. Ningún autor ha sido ni puede ser superior a mí. Hoy en día no se percata nadie, pero, ya ve, hay personas predestinadas», le diría Roussel ha su psiquiatra, el doctor Pierre Janet.

En eso se equivocaba, no estaba predestinado. La escritura no trasforma, no tiene nunca relación directa con el mundo. Qué el no lo supiese es irónico. Si el mundo no hace caso de la escritura, es ridículo que la escritura haga referencia a ese mundo. El realismo es sólo un bobo que se cree Napoleón. La escritura ha de crear un mundo paralelo que desacredite al mundo «real». Roussel lo hizo y la gloria es toda suya. Amén.