Gastronomía

Dos estaciones: inspiración duplicada en singular armonía

Los chefs Iago Castrillón y Alberto Alonso lucen producto y talento en su restaurante de Ruzafa

Guiso de corzo y tartar de calabacín a la brasa
Guiso de corzo y tartar de calabacín a la brasalarazon

Los chefs Iago Castrillón y Alberto Alonso lucen producto y talento en su restaurante de Ruzafa

En contra de lo que muchos creen, a pesar de los excesos navideños, saludamos el año enfrascados en busca de la excelencia hostelera. En vísperas de Reyes nos convocan, en el barrio de Ruzafa, con la excusa perfecta para (re) descubrir el restaurante Dos Estaciones. A fin de cuentas, el objetivo es hacer causa común con tal de conocer la cocina desarrollada por este dúo de chefs: El gallego Iago Castrillón y el burgalés Alberto Alonso. Tras este encuentro descubrimos los avatares diarios del restaurante. Donde el producto y el talento se entrelazan. Su acercamiento a los clientes se produce de manera fluida y con absoluta naturalidad. La tendencia está clara, cocina de verdad con singularidad, pero sin estridencias.

Hechas las presentaciones vamos con el menú. Los paladares (des) orientados e (in) habilitados por los excesos y el dulce frío de enero se revitalizan con la excelente crema de coliflor, papada ibérica y huevas de arenque que nos recibe.

Los indicadores gustativos son inexorablemente precisos. La ensalada de bonito, pepino y cacahuetes entroniza con discreción al pequeño túnido, donde la huella del sabor de los frutos secos está llamada a cumplir una alta misión. Sin tiempo, la soberanía del producto cercano y de temporada capitaliza platos como las excelentes alcachofas, jugo de lacón y yogur de piñones.

La merluza al vapor, patata chafada y jugo de pimiento se presenta con la hondura de cocción exacta. Pescado sencillo y omnipresente. Pasa el tiempo pero su esencia no ha perdido su sentido. Entre plato y plato basta cerrar los ojos y dejarse llevar por una experiencia extrasensorial al probar auténtico pan gallego. Constituye toda una seña de identidad. El guiso de corzo, como pistoletazo final, juega sus bazas con solvencia y brío culinario acompañado del tartar de calabacín. La épica culinaria cinegética es acogedora. Lejos de buscar cómodos réditos iniciales este plato jamás baja la guardia cualitativa.

El dulce no abrevia las sobremesas, las envuelve de personalidad con la llegada de las curiosas milhojas de manzana con crema de vainilla que alivian nuestra fiebre golosa.

Cocina recaudadora de sabores donde el producto está provisto del salvoconducto cualitativo. Creatividad perenne asociada a la temporalidad de la despensa donde no se escamotean texturas y sensaciones. Inspiración duplicada, a cuatro manos, en busca de la excelencia.

Se mueven con la autoridad del producto de mercado. El menú clásico recoge todas las asimetrías culinarias. El bipartidismo creativo de dos chefs, discípulos de Ricard Camarena en el restaurante Arrop de Gandía, asegura consignas gastrónomas que facilitan el éxito. El socio mayoritario de esta coalición de chefs es la abrumadora connivencia culinaria. Gastronomía sin separación de bienes gustativos. Revitalizan productos de proximidad con personalidad gourmet y desarrollan una querencia gastrónoma que se alimenta de culturas culinarias de ascendencia cercana.

La comida se convierte en un heraldo continuado de estímulos gustativos. La calidad muy arraigada se expande a lo largo de todos los platos, casi espasmódicamente, desde la cercana cocina que se entrelaza con la sala de manera natural. La profesionalidad del servicio hace el resto. Después de este viaje gastronómico, ¿ quién no querrá volver a este restaurante?. Cita obligada. Solo un consejo, reserven con antelación. Siete mesas para dos artistas.

Inspiración duplicada en singular armonía.