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Semana Santa

Globalizar el amor

La Razón
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La contemplación de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo provoca en quienes descubren la Belleza verdadera aquellas palabras de San Pablo: «Para mí la vida es Cristo». Estos días son propicios para quien se tome en serio lo que somos los hombres. Invito a caminar acompañados de Jesús en su misión y su Misterio Pascual. Hombre, ¡mira lo que vales! Siempre me ha gustado contemplar al Crucificado a través de lo que San Antonio de Padua escribió: «Cristo, que es tu vida, está colgado delante de ti, para que tú mires en la cruz como en un espejo. Allí podrás reconocer cuán mortales fueron tus heridas, que ninguna medicina habría podido curar, a no ser la sangre del Hijo de Dios. Si miras bien, podrás darte cuenta de cuán grandes son tu dignidad humana y tu valor... En ningún otro lugar el hombre puede comprender mejor lo que vale que mirándose en el espejo de la cruz» (San Antonio de Padua, Sermones Dominicales et Festivi III, pp. 213-214). Meditando estas palabras comprendemos mejor la grandeza de la imagen de un Dios que se hace Hombre y que da la vida por amor hacia nosotros. La importancia del Crucifijo para nuestra cultura es capital: vemos cuán grande es la dignidad humana y el valor del hombre, porque Dios nos hace tan importantes que para él somos dignos de sufrimiento; así, la dignidad humana aparece en el espejo del Crucifijo. Contemplarlo es siempre fuente del reconocimiento de la dignidad humana.

En Semana Santa contemplamos que la Cruz está en el centro. A través de ella descubrimos la gloria del Señor que resplandece en el cuerpo martirizado de Jesús, en cuya entrega se manifiesta la grandeza de Dios, que es amor, y la que el hombre alcanza cuando acoge ese amor. Los cristianos estamos llamados a comprender, vivir y testimoniar con nuestra vida la gloria del Crucificado. La Cruz –la entrega de sí mismo del Hijo de Dios- es, en definitiva, el signo por excelencia que se nos ha dado para comprender la verdad del hombre y de Dios: hemos sido creados y redimidos por un Dios que por amor inmoló a su Hijo único. Por eso el Papa Benedicto XVI escribía en la Encíclica Deus caritas est que en la cruz «se realiza ese ponerse Dios contra sí mismo, al entregarse para dar nueva vida al hombre y salvarlo: esto es amor en su forma más radical» (n. 12). La Cruz es el verdadero árbol de la vida. Hallamos la vida donándola. El amor es entregarse a sí mismo y el camino de la verdadera vida, simbolizada por la Cruz.

¡Qué fuerza y qué belleza tiene la realeza del Crucificado! Desde la Cruz se va entendiendo que en Jesús persona y mensaje son lo mismo. Jesús, contemplado desde la Cruz, dice más que todas las palabras: Él es el Cristo. ¡Qué contemplación más maravillosa: muere en la Cruz y renuncia al poder mundano, prohibió la espada y murió por todos los hombres, vio el sentido de la existencia en el radical ser para los otros!

La Cruz es la expresión de un amor radical que se entrega por completo; nos ofrece una visión absolutamente nueva en las relaciones del hombre con Dios. ¡Cómo no abrir la vida a quien se ha dignado compartir la nuestra y ha querido dar su vida por nosotros! En Semana Santa se nos da la posibilidad de contemplar a quien enseña las medidas del amor, de la justicia, de la paz y de la libertad. Fija los ojos en la Virgen María, y como ella: Déjate atraer por Jesucristo, Déjate seducir por Jesucristo y Entra en esa intimidad-expansiva, que es entrar en la profundidad con Jesucristo expresada a los demás. No tengas miedo. Abre la vida a quien quiso compartir contigo la tuya.