Boxeo

Bailando claqué

Floyd Mayweather, con su nuevo cinturón de campeón
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Mayweather, en una polémica decisión de los jueces, retiene el título frente a Pacquiao en un combate decepcionante.

Fred Astaire bailaba números musicales con pasos más arriesgados que los que ayer dieron Mayweather y Pacquiao. Alguien debería contar al norteamericano que una cosa es mantener la distancia y otra que el adversario te reclame por megafonía. Hubo asaltos en los que el filipino tenía que buscarlo en el cuadrilátero con prismáticos. «Pretty Boy» desarrolló una táctica tan calculada que convirtió el arte de la elusión y la esquiva, tan asumido en su estilo, en una fuga. Y Twitter se vengó de él ridiculizando su precavida actitud.

Floyd hizo lo más paradigmático que existe en el boxeo: subir al ring para evitar pelear. Su golpe más fuerte siempre ha sido evitar la confrontación directa y con el fusilero filipino ha sido más fiel que nunca a los versículos de ese credo pagano. Para ganar le bastaba con muy poco: no exponerse y manejar convenientemente los criterios que emplean los jueces de su propia casa para puntuar. Se puede decir que Mayweather boxeó ayer con las muñecas vendadas al reglamento. El resultado: los dos púgiles descendieron por la escalerilla del cuadrilátero con el rostro distendido de dos amigos que acabaran de salir de una sauna.

Pacquiao puso la voluntad en un «match» con menos épica que una película indie. Lo intentó, pero resultaba complicado acercarse a un tipo al que todas las mañanas le gusta jactarse de su cara inmaculada delante del espejo. El colibrí de Manila no agitaba sus brazos como en otras ocasiones, pero su corazón todavía bombea suficiente sangre caliente. Desde su inapelable K.O. frente a Márquez –una mano que impactó en su rostro con la contundente rudeza que esconde la pala de un enterrador–, ha enmendado muchos defectos. No desprotege el rostro, no baja la guardia y ha corregido su juego de piernas para no venderse demasiado en su ataque.

Pero ayer «Pacman» no se comió a ningún fantasma. Su apetito no tenía tantos dientes, le faltaba mordida. Es como si, de repente, AC/DC saliera a tocar sus grandes «hits» con banjos. En ocasiones, más que un boxeador parecía un explorador de reconocimiento. Quienes esperaban encontrar al loco de Bukidnon, quedaron defraudados. Hay quien ve en esto una consecuencia de la estrategia de «Money», quien ha dado una vuelta a la célebre frase de que «la mejor defensa es un buen ataque». Para el chaval de Michigan, «atacar es defenderse». Y lo hizo de una manera que anuló los guantes de Pacquiao, que cruzaban el cuadrilátero como estrellas fugaces.

Los primeros compases del combate parecían responder a la expectativa mundial que levantó el combate. Mayweather parecía tomar la iniciativa tentando al filipino con unos directos rápidos. Los rumores previos habían aireado que el favorito podría cambiar de estrategia y plantar cara en los tres primeros «rounds», los más fuertes de su adversario y en los que él siempre ha mostrado más sus debilidades. Resultó una apreciación errónea. Pacquiao, lentamente, ocupó el centro del cuadrilátero y encerró a Mayweather en las cuerdas, ese flexible espacio que él ha convertido en un confortable hábitat desde el que responder a sus rivales. Desde ahí aguantó las embestidas de su contrincante, que cambió las astas de su braveza por una elegante prudencia que lo mantuvo más inactivo de lo habitual. A pesar de eso, él fue quien introdujo la emoción y cierta tensión a los sucesivos encuentros que protagonizaron sobre la lona. Ni los errores ni las imprudencias que sobrevienen con el cansancio inclinaron la balanza hacia ninguno de ellos. El tiempo pasaba y la idea de un nulo, en todo caso una victoria final de Pacquiao, comenzó a asentarse en el ánimo del público. Las preguntas empezaban a surgir: ¿Qué estaba arruinando este combate? ¿La prudencia? ¿El miedo? ¿El respeto? ¿Las tácticas? ¿Una mezcla de todo? En el último trecho, en los asaltos número once y doce, Mayweather despertó de su soporífera defensa, dio un paso hacia adelante y comenzó a rapear derechazos. ¿Intentaría asestar un golpe definitivo? ¿Habría, por fin, un K.O.? ¿Una «mano mágica», como en una ocasión la definió Norman Mailer? Para nada. «Money» acosó un poco el físico de «Pacman», nada que él no hubiera probado en anteriores encuentros. Cuando sonó la campana comenzó el otro baile de claqué, el del pavoneo. Floyd subió a las cuerdas. Se proclamaba campeón. Lo tiene claro. En definitiva, estaba en casa, Las Vegas. El veredicto de los jueces resultó sorprendente. Por unanimidad, decidieron que el ganador había sido Mayweather. La mayoría esperaba escuchar «combate nulo». La polémica estaba servida. Los dos boxeadores no cumplieron con el papel que se esperaba de ellos. Las estrategias les hicieron desplazarse por el ring como bailarines de claqué. Permanecían más pendientes de mantenerse de pie que de ganar. Ganó uno, pero perdieron los dos. Y, lo más probable, también el boxeo, este castigado deporte al que se le ha vuelto a regatear una gran velada.