Restringido

Hikikomori

Casi un millón de jóvenes en Japón padece hikikomori. Literalmente significa estar apartado, supone el autoaislamiento de una persona del resto de su familia durante meses e incluso años en una habitación o un compartimento de la casa.

El sistema educativo japonés es extremadamente competitivo, desde la propia escuela se genera una suerte de integrismo individualista, un modo de convivencia contrario a la comunidad y a la participación en sociedad.

Las causas están relacionadas con la rivalidad entre los estudiantes en una sociedad que va dejando en el camino a los menos dotados. El objetivo es el éxito, quien no esté en condiciones de llegar a él es marcado por los demás, y algunos deciden encerrarse en sí mismos, o exactamente en su alcoba.

Para las familias japonesas es motivo de vergüenza que alguno de sus miembros sufra hikikomori, lo ocultan a vecinos y amigos y lo sufren en soledad.

En España, en 2014 ya estaban diagnosticados los dos primeros casos, fueron tratados por profesionales médicos que han descrito el aislamiento como prácticamente total respecto al resto de seres humanos, manteniendo el único vínculo con la sociedad través de internet y televisión. Un estudio del Instituto de Neuropsiquiatría y Adicciones del Hospital del Mar de Barcelona recoge 164 casos en toda España. Algunos especialistas calculan en casi un millar los afectados en nuestro país.

En los últimos días, el INE ha publicado la encuesta de hogares que elabora periódicamente. Cifra en un 25% los hogares españoles que están formados por una sola persona. También indica que el tamaño medio de los hogares, (2,51 personas), es cada medición menor que la anterior. Cada vez más solitarios, menos comunitarios y más dependientes de teléfonos móviles, internet y televisión.

Quizá sea el momento de parar y reflexionar sobre qué futuro queremos y cuál es el que estamos en condiciones de lograr.

Durante los últimos 40 años el aumento en la capacidad de consumo de las familias españolas ha sido el vehículo de ascenso social. Millones de trabajadores se convirtieron en capas medias gracias al consumo, la clase media asentaba su posición de la misma manera. Sin embargo, con la crisis ese modelo ha quebrado, probablemente será difícil volver a alcanzar cotas semejantes de consumo en el futuro mediato y eso genera frustración en las personas que ven estancada su posición social.

Los principios del neoliberalismo, que enraízan con el individualismo a ultranza, la máxima del beneficio y la competitividad y la negación de la característica de ser social y gregario del hombre, nos conducen a un destino incierto.

Margaret Thatcher hizo famosa la expresión: «La sociedad no existe. Sólo existen hombres y mujeres individuales». No es fácil encontrar mejor síntesis del pensamiento hayekiano y de la escuela austriaca que reconoce al individuo, pero no a la persona ni al Estado.

Sin mecanismos de cohesión y de solidaridad, la subsistencia de los más débiles se transforma en una tarea imposible. Hay que recuperar a la persona socialmente responsable, participativa, llena, que sobrepasa al individuo consumidor. Lo quiera o no, el ser humano necesita de los demás seres humanos.

El dinero como medida de éxito representa unas coordenadas vitales que han sido el fracaso de cientos de miles de jóvenes que abandonaron sus estudios para ganar mucho dinero en el sector de la construcción en plena burbuja inmobiliaria. El éxito era ganar más que los demás, porque eso significaba ser mejor que los demás.

Rato fue el símbolo del éxito económico, llegó a la extinta Caja Madrid como la referencia de lo que hay que ser, de a dónde hay que llegar. Hoy el mito se ha terminado de derrumbar de igual manera que lo hizo aquella estatua de Lenin en la antigua URSS. Cuando vi la imagen de Rodrigo Rato durante su detención, percibí la caída de un icono y de toda una construcción ideológica.

Me vino a la cabeza el documental de la BBC del director Darren Conway que lleva por título «Hikikomori». Me acordé de todos esos jóvenes que se entierran en vida en sus habitaciones porque no son aptos para el éxito en una sociedad darwinista y que los excluye. Pero resulta que el éxito no lo encarna Rato ni los cánones de esa sociedad, quizá el éxito sea sencillamente ser una sociedad en la que unos cuidamos de otros y no dejamos a nadie en el arcén.