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Un hispano, al rescate de los demócratas

Thomas Perez, nuevo presidente, tendrá como misión resucitar un partido humillado por la derrota de Clinton y en minoría en las dos cámaras legislativas

Tom Perez tras conocer su victoria
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Thomas Perez, nuevo presidente, tendrá como misión resucitar un partido humillado por la derrota de Clinton y en minoría en las dos cámaras legislativas

El resultado fue ajustado, pero al final, 235 de los 447 compromisarios del Partido Demócrata optaron ayer por el hispano Tom Perez para resucitar a la formación tras perder las elecciones el pasado noviembre. Al antiguo secretario de Trabajo (ocupó el cargo desde 2013 bajo el mandato de Obama) le pisó los talones hasta el último momento el congresista por Minnesota Keith Ellison. Perez apareció en las últimas semanas como el candidato de los que ven al Partido Demócrata como el defensor de las minorías. De hecho, Jaime Harrison, el presidente del partido en Carolina del Sur, anunció su respaldo como el regreso de la coalición «negra y marrón», en una referencia a negros e hispanos. Perez contaba además con el apoyo de Clinton y Obama. Su nombramiento, por lo tanto, supone un continuismo frente a la ruptura que planteaba su rival, según los analistas. Pero es significativo que un hispano se ponga al frente de los demócratas en un momento en el que el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ha declarado la guerra a los inmigrantes, especialmente a los hispanos indocumentados.

Ellison, apoyado por los seguidores de Bernie Sanders, tenía en su contra el hecho de ser musulmán y, sobre todo, el de haberse manifestado crítico con algunas acciones del Estado de Israel, circunstancia especialmente delicada porque los judíos votan mayoritariamente demócrata desde hace prácticamente medio siglo. El sector situado más a la izquierda del partido veía incluso con buenos ojos la religión de Ellison considerando que su elección sería una respuesta a las tesis antiislámicas de Trump. Quizá como un gesto a este sector del partido, Perez, durante su intervención tras ser proclamado vencedor tendió la mano a Ellison y le ofreció la vicepresidencia. «Quiero proponer una moción que he debatido con mi buen amigo Ellison para suspender ahora mismo las reglas y nombrarle vicepresidente del Comité Nacional Demócrata», dijo Perez, quien recibió el apoyo unánime a su propuesta. Ellison aceptó el cargo y pidió a sus seguidores que apoyen desde hoy mismo a Perez porque, según dijo, «los demócratas no tienen el lujo» de estar divididos tras la elección de un nuevo liderazgo.

Los demócratas elegían a su nueva cúpula en uno de sus peores momentos. De entrada, están los escándalos relacionados con las presidentas anteriores. Las denuncias de Bernie Sanders en el sentido de que Debbie Wasserman Schultz, la ex presidenta del partido, se había manifestado parcial en las primarias precipitaron su dimisión y su sustitución temporal por Donna Brazile. Cuando Wikileaks reveló que Brazile también había ayudado a Hillary, la presidenta interina se vio obligada a manifestar que no se presentaría a la elección.

Sin embargo, esos aires enrarecidos en la cúpula no es el único problema para el partido. Quizá más difícil sea la circunstancia de que los demócratas no atraviesan su mejor momento económico tras la derrota del año pasado. Esa situación resulta aún peor si se tienen en cuenta las elecciones de 2017 y 2018 en las que los demócratas pueden perder su oportunidad de regresar al poder en no pocas circunscripciones. Con todo, el mayor problema es el de definir cuál va a ser la política de futuro. De ser el partido de Thomas Jefferson y Andrew Jackson, pero especialmente del «hombre corriente», los demócratas pasaron a ser el partido de las minorías. El cálculo era que esa suma heterogénea de apoyos sectoriales podía traducirse en una sucesión de victorias electorales. Con el paso del tiempo, la realidad se ha demostrado cruelmente diferente.

En primer lugar, para millones de norteamericanos, el Partido Demócrata se ha convertido en el partido de los «lobbies». Ya no representa al «hombre corriente» –que, en EE UU, sigue siendo mayoritariamente blanco y protestante– sino a minorías como los negros, los hispanos o los homosexuales. Esos segmentos sociales pueden ser ruidosos, influyentes y bien subvencionados, pero su voto no es superior al de los que los ven con reparo. Ya antes de la derrota de Clinton, no fueron pocos los demócratas que apoyaron la tesis de volver a los antiguos caminos abandonando la senda de las minorías y dirigiéndose al conjunto de la población.

En no escasa medida, los llamamientos de Obama, primero, y Hillary, después, dirigidos a la clase media y centrados en no subir impuestos recogían parte de esa visión. Sin embargo, la imagen de mero defensor de minorías poderosas que viven de la mayoría no fue fácil de conjurar. En la actualidad, hay tres líneas principales de acción que compiten en el seno del partido demócrata. La primera es la de los partidarios de mantener en pie de guerra a ciertos «lobbies» para erosionar la acción de gobierno de Trump. La segunda, que defiende Perez, defiende sustentar la misma política que llevó a Obama a la Casa Blanc y, finalmente, hay un sector del partido que es favorable a regresar a las raíces. Unificar a todos será ahora la labor de Perez.