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«Room 104»: La humanidad, en una habitación de hotel

El número de danza que se convierte en la principal trama de uno de los capítulos
El número de danza que se convierte en la principal trama de uno de los capítuloslarazon

Los hoteles, incluso los más lujosos, tienen un no sé qué que resulta inquietante. De entrada los empleados se muestran demasiado amables y educados como para no ser en realidad unos psicópatas. Y resulta inevitable sentir canguelo cuando atravesamos esos largos pasillos enmoquetados e imaginamos qué sucede detrás de todas esas puertas, o al preguntarnos por la identidad del que durmió en esa cama «king size» antes que nosotros. Una habitación de hotel es un espacio en blanco que el cliente llena con el drama, la comedia, el romance y la tragedia de su propia vida, y por tanto ofrece innumerables posibilidades narrativas.

Las habitaciones de hotel son lugares en los que por definición nadie echa nunca raíces, y el atractivo de «Room 104» se basa en un principio similar: los personajes, el tono y la trama varían de tal forma entre episodios que la única constante es el espacio anodino que le da título, con sus dos camas y su mobiliario barato y las finas pastillas de jabón en el baño.

En función de quién la ocupe en cada capítulo lo que allí sucede puede ser aterrador –un niño quizá endemoniado que atormenta a su niñera, por ejemplo–, o entrañable –un aspirante a escritor que trata de explicar por teléfono a su madre cómo se manda un email– o perturbador –un rito de iniciación a una secta–. Puede ser un improvisado combate entre dos luchadoras de MMA, o un número de danza entre una hastiada camarera de piso y una joven clienta o la conmovedora celebración de unas bodas de oro. Y lo que al final conecta las 12 historias que componen la primera temporada de «Room 104» –creada por los hermanos Jay y Mark Duplass– es una idea: que una localización, además de cuatro paredes y una serie de accesorios, puede ser un depósito de recuerdos, o un recipiente de grandes transformaciones emocionales, o un misterio insondable.

En el contexto de la ficción televisiva actual, el concepto de serie de antología se asocia a títulos como «American Horror Story», «True Detective» o «Fargo», que permanecen instaladas en un mismo género incluso si en cada nueva temporada introducen personajes y tramas nuevas. Pero las producciones de antología clásicas, como «Dimensión desconocida», cambiaban de personajes y líneas argumentales cada semana; uno podía ver sus episodios sin orden ni concierto sin perder el hilo. Ese tipo de narración seriada cayó en desuso a finales de los 60; la única equivalencia a ese concepto en la actualidad sería «Black Mirror».

Pero esas series al menos ofrecían una coherencia interna en términos tonales: uno sabía qué tipo de historia le ofrecía cada semana «Alfred Hitchcock presenta». En ese sentido, «Room 104» va mucho más lejos. Es literalmente imposible saber qué pasará en el próximo episodio, y los Duplass confían en que es precisamente la promesa de algo nuevo e inesperado lo que atraerá cada semana a los espectadores. Y ahí está la incógnita. Considerando hasta qué punto nos hemos acostumbrado a consumir una temporada entera de ficción seriada como si fuera un largo episodio, la estrategia de «Room 104» quizá sea un soplo de aire fresco para el espectador o quizá un motivo de confusión.

Algunos de sus segmentos funcionan como obras teatrales de un solo acto, con arcos narrativos bien estructurados; otros son más bien jugueteos formales, y no está claro que los espectadores se vayan a divertir contemplándolos tanto como los Duplass se divirtieron llevándolos a cabo. Sea como sea, considerando la cantidad de ficciones actuales que parecen diseñadas matemáticamente para encajar en los moldes de lo que conocemos como ficción de calidad, una rareza como «Room 104» resulta tan bienvenida en la oferta televisiva como una acogedora pensión boutique rodeada de edificios de cadenas hoteleras.