Ciencia y Tecnología

El Mobile World Congress de 2029 lo organizará una máquina

La feria que arranca hoy ya no se dedica sólo a presentar el último dispositivo de Samsung o HTC, las nuevas máquinas que realizan tareas de humanos también tienen su espacio. Cada vez mayor. Los recelos empiezan a surgir entre los científicos, ¿es quizá el momento de valorar la ética de estas creaciones?, ¿nos enfrentamos a un nuevo peligro?

HAL es el superordenador ficticio que crearon para el filme «2001: Odisea en el espacio» y que controlaba la nave
HAL es el superordenador ficticio que crearon para el filme «2001: Odisea en el espacio» y que controlaba la navelarazonfreemarker.core.DefaultToExpression$EmptyStringAndSequenceAndHash@69f48aa5

La feria que arranca hoy ya no se dedica sólo a presentar el último dispositivo de Samsung o HTC, las nuevas máquinas que realizan tareas de humanos también tienen su espacio. Cada vez mayor.

Este año, el Mobile World Congress (MBC) se centrará en Inteligencia Artificial (IA). Si el año pasado la realidad virtual y aumentada fueron las estrellas, este, todo gira alrededor de la IA. La llegada del 5G permitirá mayor conectividad de los dispositivos. Los asistentes de voz (Cortana, Alexa, Siri...), el Big Data y el «internet de las cosas», todos bailan al ritmo de la IA en el MWC que demuestra que ya no se trata de un evento de dispositivos, sino de tecnología. Y puede que ya sea hora para introducir también la ética.

En 1956, en la Conferencia de Darmouth se formalizó el campo de la Inteligencia Artificial como área de investigación. Se podría decir que allí, casi 60 años atrás, comenzó todo. Hoy hemos avanzado. Y según algunos, demasiado. En 2015, unos 16.000 expertos (entre ellos Elon Musk, Stephen Hawking y Bill Gates) elevaban una carta abierta para alertar de los posibles peligros de la IA. Pero..., ¿es razonable este temor? Que cada uno juzgue por sí mismo.

Un reciente experimento realizado en los laboratorios de Google con Deep Mind consistía en enfrentar a dos sistemas de IA a un juego en el que debían repartirse unas frutas. La investigación reveló algo que algunos ya esperaban: si la recompensa comenzaba a ser más escasa, no dudaban en atacar y engañar a su rival, para tratar de apoderarse de las pocas disponibles. Es decir que una IA es capaz de desarrollar instintos agresivos y de actuar a traición si se la enfrenta a una situación límite. ¿Suena conocido? Indudablemente el mensaje se parece mucho a las respuestas de HAL, el ordenador de la película «2001: Una odisea en el espacio», que se entera de que los astronautas planean eliminarlo y asegura a Dave Bowman: «Sé que estaban planeando desconectarme y yo no puedo permitir que suceda».

Lógicamente esto no quiere decir que se comporten de modo agresivo con los humanos. Esperemos... Hace unas semanas otro sistema de Inteligencia Artificial, Libratus, que desarrolló la Universidad Carnegie Mellon, se enfrentó a cuatro profesionales del póker. Si bien otras IA ya habían ganado al ajedrez, a las damas y hasta al Go a sus respectivos campeones del mundo, jugar al póquer es otro campo totalmente distinto. Éste no es un juego de información perfecta en el que ambos jugadores cuentan con la misma información sobre el estado del juego. A eso se le suma que la única variable de azar es la selección de piezas blancas o negras que determinan quién inicia el juego, mientras que en el póquer, la suerte es un ingrediente fundamental. Precisamente esto es lo que hace que los naipes tengan 4.000 sextillones de combinaciones más que el ajedrez. Libratus no sólo ganó, sino que humilló por completo a los profesionales, alzándose con 1,7 millones de euros de los 2 millones que consistía el premio (en dinero virtual). Pero eso no es lo sorprendente, lo más llamativo es que el póquer requiere que los jugadores sean capaces de echar faroles, es decir, tener la habilidad de engañar y hacerlo en los momentos adecuados. Libratus no sólo lo hizo, sino que (y esto es lo que podría ser preocupante), esta capacidad surgió sola en el sistema como una de las estrategias que fue probando para ganar.

La IA es algo que ya forma parte de nuestras vidas sin que nos demos cuenta. La hemos aceptado como parte de nuestra rutina cuando realizamos una búsqueda en Google, cuando un ordenador examina millones de posibilidades en segundos, en el instante en el que se convierte en un abogado capaz de bucear entre miles de veredictos en horas o al resolver una incógnita matemática que llevaban años eludiendo a los expertos (como la Teoría de Graham). Si lo pensamos es lógico: las máquinas tienen una capacidad sobrehumana para analizar datos y llegar a una conclusión en tiempo récord. El problema es que tanto el comportamiento agresivo, como el engaño son instintos ya no solo humanos, sino de todos los seres vivos. Y algunas tecnologías han aprendido a usarlos en el momento adecuado.

En una reciente entrevista, Stuart Armstrong, investigador del Future of Humanity Institute, aseguraba que «antes que nada hay que olvidarse de ‘‘Terminator’’. Los robots son básicamente osos blindados y podríamos temerles por una cuestión evolutiva. Lo realmente espeluznante sería una IA que fuera más inteligente que nosotros, mejores socialmente. Cuando la IA en forma de robot puede entrar en un bar y salir con todos los hombres y/o las mujeres, es cuando debemos empezar a tener miedo. Cuando pueden llegar a ser mejores en política, economía o investigación tecnológica, entonces hay que temerle».

Pero tranquilos, siempre será posible reprogramar a los robots y a la IA para que respeten las tres leyes de la robótica, el baluarte infranqueable que nos protege a los humanos. Este triunvirato legal establece que: un robot no hará daño a un ser humano o, por inacción, permitir que un ser humano sufra daño. La segunda norma establece que un robot debe obedecer las órdenes dadas por los seres humanos, excepto si éstas entrasen en conflicto con la primera norma. Por último, un robot debe proteger su propia existencia en la medida en que esta protección no entre en conflicto con las normas anteriores.

De acuerdo con el experto en tecnología Ray Kurzweill, en 2029 la IA será más inteligente que los humanos. Serán mejores políticos, mejores economistas, sabrán más de cambio climático y tendrán un panorama más amplio de todas las posibles catástrofes que como humanos podemos provocar. Y querrán poner en práctica la última parte de la primera ley: no permitir que por inacción, un ser humano sufra daño.

«Su objetivo –explica Stuart Armstrong– será entonces garantizar nuestra supervivencia encerrando a todos los seres humanos a 10 kilómetros de profundidad para que nada nos haga daño. Cualquier otra acción nos llevaría a un resultado nada ideal».

Este año, el MWC se centrará en Inteligencia Artificial. Es un buen momento para sentar las bases futuras y garantizar que en 2029 aún participen humanos, aunque no aquellos que se matan por una bolsa o una gorra en un stand.

¿Cómo cambiará tu vida el MWC?

Cada año una nueva tecnología logra la etiqueta de «Cenicienta» del Mobile World Congress (MWC): una herramienta inesperada que alza todos los ojos y captura todas las miradas, aunque no haya llegado como invitada real. Este año todas las papeletas para el premio protagonista lo tiene la conexión 5G. Será la primera vez que se presente un dispositivo 5G, el ZTE Gigabit. ¿Qué significa esto y por qué tiene el potencial de cambiar el mercado tecnológico?

A principios de los 1990 surgió la tecnología 1G con los primeros teléfonos móviles. Eventualmente llegó el 2G, que nos permitió enviar mensajes de texto. La llegada del 3G trajo la posibilidad de navegar en la red y con la 4G comenzó la era de enviar mensajes, vídeos...casi cualquier cosa a través de internet. El problema es que la autopista que es el 4G se ha quedado pequeña para la cantidad de dispositivos que la transitan. Entonces llega el 5G. Si su hermana menor permitía una velocidad de transferencia de 1 GB por segundo, ahora lo hemos aumentado a 10 GB, lo que significa que lo que antes tardaba una hora (como descargarse una película en HD), ahora lleva segundos. Hemos pasado de la autopista a los coches voladores. Ahora sí, la Internet de las cosas tiene un aeropuerto para despegar.