Historia

Plasencia

La duquesa de Osuna, la única de las cuatro grandes duquesas que aún vivía

La duquesa de Osuna, la única de las cuatro grandes duquesas que aún vivía
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Ángela María Téllez-Girón y Duque de Estrada, que murió ayer en Sevilla a los 91 años, fue la más longeva de la generación de mujeres que ostentaban las casas ducales más importantes de la nobleza española. Era la última de las cuatro grandes duquesas que quedaba viva. Ana María Téllez-Girón prima del poeta Rafael de León, era la XVI duquesa de Osuna, y fueron propietarios de uno de los jardines más bonitos de Madrid, El Capricho en la Alameda de Osuna, una finca de 14 hectáreas con lago, que frecuentaron Moratín y Goya, pintor del que su familia fue mecenas y de ahí que los Osuna fueran retratados por el artista en varias ocasiones.

Hay 417 títulos con Grandeza de España y de esos, tan sólo 25 son considerados de primera clase, los conocidos como Grandeza Inmemorial porque vienen directamente de 1520 del rey Carlos I. Pues ella, tenía cinco Inmemoriales; Osuna, Gandía, Benavente, Arcos de la Frontera y Río Seco. Cedió a sus dos hijas mayores, Ángela María y María Gracia Solís-Beaumont, que tuvo con su primer marido del que enviudó, los de Arcos de la Frontera, Ducado de Plasencia y el Marquesado de Frómista. Al volverse a casar con el diplomático José María de Latorre, tuvo otras dos hijas: Assumpta y María del Pilar, a las que les cedió el ducado de Ríoseco, el condado de Salazar, el ducado de Uceda y los marquesados de Montemuzo y Belmonte. E incluso a tres de sus nietas les cedió los títulos que ellas quisieron. Lo hizo porque era generosa y le daba lástima que, siendo tan importantes, se quedasen en segundo lugar por ser Osuna el más destacado. Se quedó Gandía porque le encantaba hacer escapadas a esa localidad.

La duquesa de Osuna era mujer de costumbres y por encima de todo muy sevillana, siendo de Málaga, y es que al morir su padre, cuando aún no había cumplido un año de vida su madre se instaló en el palacio sevillano de sus abuelos y allí, entre todos le contagiaron el duende de la ciudad. Venía a Madrid, donde viven sus hijas, nietos y bisnietos, pero sólo por verles. Enseguida regresaba a Sevilla. Para ella un buen gazpacho, un buen flamenquito con sus sevillanas, alegrías, palos que prefería a las bulerías y una reunión familiar en Nochebuena era el colmo de la felicidad. Prefería el campo a la ciudad y entre sus posesiones se encuentran el Castillo de Espejo en Córdoba, donde se casó con su primer marido Pedro Solís-Beaumont y el palacio de Puebla de Montalbán en Toledo.

En su patio sevillano pasaron más de una y de dos veladas los Condes de Barcelona, a los reyes eméritos también los trató pero a los actuales, Felipe y Letizia, ya no tuvo ocasión. Echaba de menos «su época» y vivía mucho de puertas para dentro. No tenía interés por frecuentar otro que no fuera su pequeño círculo de la sociedad «bien» sevillana y en el que incluso, consideraba que se había agrandado demasiado con gente nueva. Todo el que la trató, coincide en que era de una belleza muy andaluza, elegante, morena, con colores alegres y una exquisita educación. Le gustaba ofrecer su flamenquito durante la Feria de Abril y eran muy apreciados los bailes que daba en su casa, esas reuniones donde se baila y canta pero con sus costumbres y reglas no escritas. Donde todo parecía «casual», pero estaba estudiado.