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«Perdón por tanta crueldad»

El Papa Francisco realiza una histórica visita en silencio a Auschwitz. Las únicas palabras que dejó se pueden leer en el libro de memorias del campo

El Papa Francisco reza en la celda donde estuvo retenido Maximiliano Kolbe
El Papa Francisco reza en la celda donde estuvo retenido Maximiliano Kolbelarazon

El Papa Francisco realiza una histórica visita en silencio a Auschwitz. Las únicas palabras que dejó se pueden leer en el libro de memorias del campo

«Dios, ten piedad de tu pueblo. Señor, perdón por tanta crueldad». Éstas fueron las únicas palabras de Francisco, escritas y no habladas, durante su visita a Auschwitz. Un clamor silencioso, se podría decir, fue el protagonista absoluto de la agenda de Francisco este viernes con la visita a los campos de concentración de Auschwitz y Birkenau, a unos 70 kilómetros del centro de Cracovia. Fue decisión suya no pronunciar discursos, no hacer comentarios. Tan sólo respetar el silencio en señal de dolor por el más de millón y medio de personas que murieron allí a manos de los nazis.

A su llegada, se reunió con once supervivientes del Holocausto, entre ellos una anciana polaca de 101 años, Helena Dunicz-Niwinska, que se salvó de la muerte gracias a ser una virtuosa del violín, cuya música gustaba a los nazis. El Papa atravesó solo y despacio la puerta del campo que en la parte superior lleva escrito en alemán «El trabajo os hará libres». Durante unos 13 minutos rezó en silencio en memoria de las víctimas sentado en un pequeño banco, con rostro serio y reflexivo. A continuación, caminó hasta uno de los postes del campo, que besó, y siguió hasta el llamado «muro de la muerte», una zona del campo en el que eran ejecutados a sangre fría los reclusos. Allí se encuentra el llamado bloque 11, uno de los edificios en los que los prisioneros eran condenados a morir de hambre. En el muro, Francisco encendió una lámpara de aceite que dejó en recuerdo de las víctimas.

Francisco rezó también en la celda donde murió san Maximiliano Kolbe, el fraile franciscano que ofreció cambiarse por otro prisionero para salvarle la vida y de cuya muerte se cumplieron precisamente ayer 75 años. Allí se detuvo durante algunos minutos, casi a oscuras y sentado en una silla de madera.

La siguiente parada fue el campo de Birkenau, a unos diez minutos de Auschwitz, donde los nazis llevaban en trenes a los judíos para someterlos a trabajos forzados y asesinarlos después. Niños, ancianos y enfermos eran conducidos directamente a la muerte por considerarlos débiles e inservibles. Allí, de nuevo, recorrió en silencio el monumento en recuerdo a las víctimas, compuesto de 23 lápidas en el idioma de cada una de estas personas y construido sobre los antiguos hornos crematorios. Al mismo tiempo, un rabino cantó en hebreo el Salmo 130 en el que se invoca la ayuda de Dios. Al acto asistieron también 15 «Justos entre las naciones», ancianos que salvaron la vida de judíos al esconderlos y protegerlos en sus casas.

El siguiente gran acto fue la visita al Hospital Pediátrico Prokocim, en el que el Papa dedicó unas palabras a los trabajadores del centro y, sobre todo, a los niños enfermos que le observaban atentos y que a su entrada estallaron en aplausos. Les dijo que le gustaría acompañarles uno a uno, «y juntos guardar silencio ante las preguntas para las que no existen respuestas inmediatas. Y rezar». Una vez más denunció la «cultura del descarte» que afecta a «las personas más débiles, más frágiles», lo que calificó de «crueldad». A los trabajadores les agradeció el cuidado de los niños, un «signo» de «verdadera civilización, humana y cristiana» que pone «en el centro de la atención social y política a las personas más desfavorecidas».

Francisco, en la línea del Jubileo de la Misericordia, aconsejó practicar «las obras de misericordia» porque quien lo hace «no tiene miedo de la muerte», y antes de saludar cariñosamente a los niños enfermos, el Pontífice alabó la labor de las monjas que «dan la vida en los hospitales».

Desde allí fue directo al parque Blonia, donde más de 500.000 jóvenes participaron junto a él del tradicional Vía Crucis de la JMJ. Con una original representación teatral, se repasaron las escenas más importantes de la Pasión de Cristo y se hizo referencia a la acogida a los refugiados y la solidaridad hacia los demás.

El Papa, en la alocución, se preguntó: «¿Dónde está Dios, si en el mundo existe el mal, si hay gente que pasa hambre o sed, que no tienen hogar, que huyen, que buscan refugio? ¿Dónde está Dios cuando las personas inocentes mueren a causa de la violencia, el terrorismo, las guerras?». «Hay preguntas para las cuales no hay respuesta humana», dijo. «Sólo podemos mirar a Jesús, y preguntarle a él. Y la respuesta de Jesús es esta: Dios está en ellos, Jesús está en ellos, sufre en ellos, profundamente identificado con cada uno». Francisco dijo también que «ante el mal, el sufrimiento, el pecado, la única respuesta posible para el discípulo de Jesús es el don de sí mismo, incluso de la vida, a imitación de Cristo; es la actitud de servicio. Si uno, que se dice cristiano, no vive para servir, no sirve para vivir. Con su vida reniega de Jesucristo».

Por otro lado, pidió a los jóvenes que sean «sembradores de esperanza» y recordó que «la vía de la Cruz no es sadomasoquista», puesto que «la vía de la Cruz es la única que derrota el pecado, el mal, la muerte»; en definitiva, es la «vía de la esperanza».