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Rajoy suspende las reválidas

Anuncia que las deja sin efecto hasta lograr un Pacto de Estado en Educación. Esquiva el choque con Hernando y saca el tono más socarrón y paternalista para responder a Iglesias.

El presidente del Gobierno en funciones, Mariano Rajoy, responde a la intervención del portavoz del PSOE, Antonio Hernando
El presidente del Gobierno en funciones, Mariano Rajoy, responde a la intervención del portavoz del PSOE, Antonio Hernandolarazon

Anuncia que las deja sin efecto hasta lograr un Pacto de Estado en Educación. Esquiva el choque con Hernando y saca el tono más socarrón y paternalista para responder a Iglesias.

Mariano Rajoy se manejó ayer con soltura en la sesión parlamentaria. Tiró del tono socarrón, paternalista a veces, para el «cara a cara» con el líder de Podemos, Pablo Iglesias, el combate dialéctico que más disfrutó. La necesidad de apoyos le dejó casi sólo ese hueco para sacar al parlamentario más eficaz y contundente, sin necesidad ni siquiera de emplearse con argumentos muy trabajados. A Iglesias le instruyó sobre el valor de la representatividad en democracia, la contradicción de llamar a rodear al Congreso cuando se está en la Cámara o sobre el respeto de su partido a las manifestaciones y a las huelgas. «No tengo miedo a las manifestaciones ni a las huelgas ni a casi nada», le espetó. Con su perfil más irónico, contestó a Iglesias, que presume de ser el preferido entre el electorado más joven, que entre las elecciones del 20-D y las del 26-J ha perdido el apoyo de 1,1 millones de españoles, «que han debido envejecer en muy poco tiempo». «O bien que les van conociendo». Y hasta se atrevió a comentar que él no se maneja bien en Twitter, pero que está mejorando con los sms, en lo que algunos interpretaron como una particular manera de reconocer el error que cometió con los mensajes que intercambió con el ex tesorero del PP Luis Bárcenas. En cualquier caso, hasta en ese delicado tema se atrevió a relajar el discurso.

El cruce con el portavoz socialista, Antonio Hernando, fue un choque fingido, en el que ninguno de los «puñetazos» que le dirigió el adversario socialista parecían hacerle daño porque quedaban anulados por la contradicción de que al mismo tiempo estuviera defendiendo la abstención al Gobierno del PP. Y quizá por eso el líder popular no se molestó ni en contestar a esos «golpes». O lo hizo con nuevos esfuerzos por tender puentes para garantizar la gobernabilidad.

El líder del PP volvió ayer a insistir en el mensaje que implica al PSOE y a Ciudadanos en la gobernabilidad, como agentes imprescindibles para evitar unas elecciones anticipadas. Pero, a la vez, mostró menos complejos a la hora de reivindicar también la política y las reformas que desarrolló durante su etapa de mayoría absoluta. Apeló a la reforma del sistema financiero, de la unidad de mercado o a la ley de estabilidad presupuestaria, pero también a las más controvertidas, como la reforma laboral o la ley de Educación (LOMCE).

Y si bien anunció que suspende «los efectos académicos de las evaluaciones finales de ESO y del Bachillerato», más conocidas como «reválidas», hasta que se alcance el Pacto de Estado por la Educación que prometió durante su discurso de investidura, también puntualizó que quiere acuerdos en materia educativa, pero no derogar la LOMCE. De hecho, expresamente pidió ayuda a Ciudadanos para frenar una ofensiva de contrarreformas por parte de la izquierda, si éste fuera el camino elegido para la nueva etapa que se pone en marcha. Sobre todo, en clave económica. El «sí», pero «no», en el que intentó manejarse Albert Rivera fue el espejo que mejor retrató que entre Rajoy y él hay una relación obligada, pero no buena. El debate fue también el espejo que reflejó las diferencias insalvables con los independentistas catalanes, pero su voluntad de esforzarse por buscar acuerdos con el PNV.

«Cuando uno se sube a esta tribuna, después de que todo el mundo le atiza de manera inmisericorde, tiene tendencia a hablar bien de uno mismo». Así echó el cierre a la sesión.