Extrema derecha

Alemania ya no es la excepción

La líder de la xenófoba Alternativa para Alemania (AfD), Frauke Petry, durante el congreso celebrado este fin de semana en Stuttgar
La líder de la xenófoba Alternativa para Alemania (AfD), Frauke Petry, durante el congreso celebrado este fin de semana en Stuttgarlarazon

Ya es una realidad. Alemania ya no es inmune al auge del populismo xenófobo que recorre Europa de norte a sur. Hasta ahora, el lastre del nazismo había inoculado entre los alemanes anticuerpos suficientes para rechazar todo partido cuyo programa político se centrara en atacar a una religión o comunidad concreta. Sin embargo, Alternativa para Alemania (AfD) ha roto ese tabú y se empecina en proclamar en alto lo que, según ellos, no se atreve a decir el resto de la clase política. Concretamente, que el islam es contrario a la Constitución germana porque persigue fines políticos.

Así lo han aprobado los ultras en su congreso celebrado este fin de semana en Stuttgart para definir su línea política de cara a las elecciones federales de septiembre de 2017, cuando aspiran a entrar por primera vez en el Bundestag (Cámara Baja) tras quedar fuera en 2013 por un puñado de votos. “Un islam ortodoxo, que no respeta nuestro orden y pretende combatirlo, que aspira a imponer su religión, no es constitucional”, apunta la moción aprobada por gran mayoría de los 2.000 delegados bajo el título “El islam no es parte de Alemania”. En la práctica, esta iniciativa reclama prohibir el velo, los minaretes o las llamadas a la oración de las ciudades alemanas. Es decir, poner en el punto de mira a los cuatro millones de personas (5% de la población) que profesan la religión de Mahoma en Alemania. “El derecho de la 'sharía' no es posible. Ni el tratamiento del sexo femenino derivado del islam es compatible con nuestra Constitución. Pero no estemos contra las personas de confesión musulmana que viven aquí integradas”, matiza Jörg Meuthen, miembro de la dirección de la AfD.

Una línea programática en las antípodas de la canciller Angela Merkel, que parafreseando al ex presidente federal Christian Wulff ha insistido en repetidas ocasiones que “el islam forma parte de Alemania”. Un recordatorio no casual tras la llegada de un 1,1 millones de refugiados el año pasado. Precisamente, esta avalancha de refugiados, procedentes de Sirie e Irak principalmente, explica este terremoto político en Alemania, donde tanto el Gobierno de coalición (democristianos y socialdemócratas) como la oposición (ecologistas y ex comunistas) han saludado la política de puertas abiertas de la canciller.

Y es que la crisis de refugiados fue la tabla de salvación para la AfD, un partido nacido en abril de 2013 para oponerse a los rescates a los países más débiles de la zona euro. La permanente división entre una corriente neoliberal y moderada y otra ultraconservadora y radical precipitó la salida del profesor universitario Bernd Lucke y el ascenso de Frauke Petry, una alumna aventajada de Marine Le Pen. La nueva dirección rápidamente transformó la formación eurófoba en una antiinmigración más próxima al Partido de la Libertad del holandés Geert Wilders o al francés Frente Nacional, con los que confía en colaborar en el Parlamento Europeo. La nueva AfD supo instrumentalizar el temor de una parte del electorado a la llegada de refugiados a Alemania y pronto sus expectativas electores crecieron como la espuma. En meno deun año ha pasado de un insignificante 3% (para entrar en el Bundestag hay que superar el 5%) al 13% y ya cuenta con representación en ocho de los dieciséis Parlamentos regionales.

Las elecciones celebradas en marzo en tres Estados federados (Renania Palatinado, Baden Württemberg y Sajonia Anhalt) demostraron la pujanza del partido ultraderechista y despertó la alarma entre los dos grandes partidos (CDU y SPD), que cosecharon sus peores resultados desde la Segunda Guerra Mundial. Los últimos sondeos, de hecho, muestran que ambos sumaría apenas el 50% de votos si se celebrasen hoy elecciones (en los años setenta representaban el 90% y en 2000 aún reunían el 80%). Los democristianos de Merkel obtendrían un 33%; los socialdemócratas del vicecanciller Sigmar Gabriel, un 22; Los Verdes, un 12%, y La Izquierda, un 9%. Estas tendencias dibujan un Parlamento en el que la Gran Coalición ya no sería suficiente para garantizar la estabilidad política de la locomotora europea. Entretanto, el acto reflejo de los dirigentes de la CDU/CSU y el SPD ha sido, como en otros países, endurecer su discurso frente a la inmigración para parar la sangría de electores. Al final, como en la vecinas Francia, Austria o Dinamarca, la derecha xenófoba conigue inocular su virus en el sistema democrático al centrar el debate público en la inmigración y acercar al “establishment” a sus posiciones.

pgarcia@larazon.es