Alfonso Ussía

7 de julio

La Razón
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Cuando vi que en el balcón del Ayuntamiento de Pamplona, compartiendo honores con la Bandera de España y la autonómica de Navarra, ondeaba una «ikurriña» vasca, concedí al hecho una importancia medida. Supuse que se trataba de un detalle de buena vecindad. Pero la suposición se desvaneció de inmediato. Navarra no sólo limita con los territorios vascos. También lo hace con La Rioja y Aragón. Y ahí no estaban presentes ni la bandera de La Rioja ni la Señera de Aragón. De igual modo, a la bandera de Navarra le faltaba algo en su escudo. Poco a poco se me fueron aclarando las dudas y las ideas. En Navarra manda en la actualidad una presidenta navarra que quiere que Navarra desaparezca del mapa en beneficio de «Euzkadi», y el alcalde de Pamplona no ha ocultado jamás su simpatía hacia el entorno etarra. En la plaza, como es costumbre en los últimos años, se exhibieron toda suerte de banderas, desde la feísima tricolor de la Segunda República a la Señera estrellada de los que se van a estrellar. Lástima que no se mostrara –al menos yo no la vi– alguna grimpolilla sobrante del magno acontecimiento gay celebrado en Madrid.

La mayoría de los presentes en el tradicional chupinazo sólo desean divertirse, pero los de las banderas no aprenden. En el Diccionario de Tontos que llevo trabajando los últimos años, y que no puedo culminar porque las especies de tontos nuevos me impiden su clausura, hay un apartado dedicado al «Tonto de la Bandera Republicana», un tonto acuñado por Antonio Burgos. Las subespecies clasificadas hasta el momento del «Tonto de la Bandera Republicana» eran «el tonto de las cimas» y el «tonto iraní con la bandera gay». El «tonto de las cimas», que no pasa por peligro de extinción, es un tonto que surge en las grandes vueltas ciclistas con el fin de molestar a los afanosos pedaleadores cuando ascienden por los puertos más empinados. Cuando existía el equipo «Euskaltel Euskadi», se admitía una segunda acepción. «El tonto de naranja». Y el tonto iraní con la bandera gay, no es otro que el marica de origen persa que enarbola divertido y sabrosón la bandera multicolor mientras en la capital de su país cuelgan ahorcados de las grúas los cadáveres de sus colegas de condición y gusto. Pero habría que añadir a los tontos flameadores el modelo «tonto del chupinazo». «Trátase de un navarro tonto que celebra el inicio de las fiestas navarras por antonomasia ondeando todas las banderas menos la navarra», también inmerso en la definición del «navarro batasuno»: «Dícese de todo natural de Navarra deseoso de pasar de pertenecer a un histórico Reino a ser parte de una pequeña provincia colindante».

En mi lejana juventud estuve en dos «sanfermines». Y participé en un encierro. Con ventajas, todo hay que decirlo. No esperaba la carrera de los toros y cabestros en la Cuesta de Santo Domingo, ni en Mercaderes, ni en Estafeta. Lo hacía a medio metro de la puerta de la Plaza de toros, de tal guisa, que al llegar los morlacos a la plaza yo me hallaba detrás de la barrera, divinamente. Corrí a kilómetro y medio de los toros, creo recordar que de Juan Pedro Domecq, pero nadie puede demostrar que no participé activamente en aquel memorable encierro. Más tarde, a consecuencia del esfuerzo físico, me encamé en el hotel hasta la hora de la comida, que tuvo lugar en «Las Pocholas», establecimiento glorioso de Pamplona por aquellas calendas.

Pero no había tontos de banderas. Había navarros, vascos, aragoneses, muchísimos madrileños, andaluces y extranjeros a manta. Había mujeres guapísimas y sonrientes. Al grito de «¡Viva San Fermín!» se suavizaban los conatos de peleas entre los mozos. Y había humor. Con dos buenos amigos ingresé en un bar de amplia barra y pedimos cervezas frías. Nos las sirvieron con rapidez y naturalidad. Nos extrañó que éramos los únicos en ocupar aquella barra tan larga y de buena madera. Cuando fuimos a pagar, el amable camarero vestido con chaqueta y corbata nos invitó: «Se han confundido. Eso no es un bar. Es una sucursal del Banco de Navarra y yo soy el director. Bienvenidos a Pamplona».

Aquellos «sanfermines» sin dirigentes navarros traidores y sin banderolas separadoras y separatistas.