Alfonso Ussía

1906

Esa distancia, ese recelo de la ciudadanía respecto a los políticos, no es exclusiva de nuestro tiempo. Quevedo fue encarcelado en San Marcos de León por el Conde-Duque de Olivares, el Valido de Felipe IV. Villamediana fue perseguido, como Cervantes y Lope de Vega. Manuel del Palacio, visitó en varias ocasiones «El Saladero», su cárcel madrileña, y fue desterrado por un Gobierno de Isabel II con mañosa influencia judicial. «Montado en la diligencia/ me voy camino de Francia./ ¡Me cisco en la providencia/ del juez de Primera Instancia/ del Distrito de la Audiencia!».

Los poetas satíricos representaban a los ciudadanos sin voz, y eran asiduos visitantes de las prisiones. Toda la poesía satírica del XIX y entresiglos es brutal contra el poder. Hasta los hermanos Bécquer, Gustavo Adolfo y Valeriano, se sirvieron del seudónimo «Sem» para vapulear a Isabel II, Marfori, el padre Claret y Sor Patrocinio «La Monja de las Llagas» en su obra lírico-pictórica «Los Borbones en Pelotas».

Pedro Muñoz-Seca fue asesinado en Paracuellos del Jarama por orden del padre del actual Rector de la Universidad Complutense de Madrid, por el contenido de sus comedias. Era del Puerto de Santa María y el padre de mi madre, es decir, mi abuelo. Un español con gran talento, decencia y valentía.

Su religiosidad también contribuyó a su condena a muerte, dictada por un «Jurado Popular» –«hay que «empodernar» al pueblo», como decía Chávez y ahora Maduro, Monedero e Iglesias–, así como su amistad y lealtad con el Rey Alfonso XIII, don Torcuato Luca de Tena y el diario «ABC».

Su mujer, menos simpática y algo intolerante, le afeaba las trampas que se hacía a sí mismo cuando hacía solitarios con las cartas. No le importaban los ruidos, desplegaba las cartas en una mesa de juego del salón, rodeado de hijos –tuvo nueve–, y reconocía sus trampas sin pudor alguno. -¡Madre mía, qué trampa me acabo de hacer!-. Su mujer, mi abuela materna, tenía menos desarrollado el sentido del humor y no comprendía cómo aquel hombre honesto podía convertirse en un tramposo con las cartas. «Se trata de una superstición, Asunción. Si no me sale el solitario, mi próxima comedia no tendrá éxito».

Y lo tenía.

En 1906, estrena una de sus primeras obras. El sainete andaluz «La Casa de la Juerga», que me ha recordado mi amigo Luis Basabe. Lo escribe con andalucismos constantes, como hacían también Serafín y Joaquín Álvarez-Quintero y Enrique García Álvarez. Y Muñoz-Seca pone en boca de uno de sus personajes, Antoñito, su opinión acerca de los políticos del momento, algunos de ellos amigos suyos. Me he permitido la licencia de adaptarlo al español correcto, adaptación sencillísima por cuanto el mayor problema ha sido cambiar «profesó» y «gobernaó» por profesor y gobernador, la misma rima y similar métrica. Y hace 109 años, esto opinaba Muñoz-Seca de los políticos de su época.

«Tengo un borrico canelo/ más sabio que un profesor,/ con orejas de ministro/ y ojos de gobernador./ Rebuzna como si fuera/ asesor ministerial,/ y se come hasta el pesebre/ como cualquier concejal./ Yo quisiera que a mi burro/ lo sacaran diputado,/ porque otros, siendo más burros/ a ese puesto ya han llegado./ Pero temo que de serlo/ vaya a quedarme sin él,/ porque como allí habrá tantos/ no lo voy a conocer».

Nada es nuevo. La noria constante de nuestra sociedad. La corrupción ha existido siempre. La indignación también, como el recelo y la distancia. Vivimos en el siglo XXI, y hora es de procurar una inmediata y fiable regeneración. La regeneración nada tiene que ver con la claudicación de un Estado de Derecho ante una corriente populista e intelectualmente sostenida por el páncreas del resentimiento y la venganza.

Aquellos de antes pensaban lo mismo de los manejos políticos y sus intereses que los de ahora. Sufrieron las consecuencias y hay por ahí más de un millón de muertos para certificarlo. La exigencia de la regeneración nada tiene que ver con el apoyo a la ruina.