Ángela Vallvey

A golpes

La Razón
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En España, la personalidad se construye muchas veces con los golpes del «enemigo». Es éste quien cincela el carácter, la forma de lo que somos. Más que por nosotros mismos, estamos hechos por la visión que tiene de nosotros el contrario. El ejemplo más paradigmático son las clásicas «dos Españas». El perfil de cada una de ellas ha sido escrito, descrito y acuñado por su antagónica, y viceversa. Más que las propiedades naturales, son las atribuciones que nos da «el otro» las que sientan cátedra e imprimen la particularidad de nuestro ser. El ojo del enemigo ve la esencia de nuestros defectos, como advertía Antístenes de Atenas; a través de su mirada se destila nuestra debilidad, y con esas mimbres se compone el recipiente del temperamento, lo más agrio y torcido del fondo del alma. Así, los defectos siempre destacan como determinantes a la hora de describir a cualquiera. La persona que nos es hostil hará lo posible, además, por ser testigo de nuestros errores. El opuesto se complace por ver meter la pata hasta la caña a quien detesta. Un adversario nos animará a caer en el ridículo, la pifia y el desastre. Cuando el enemigo político de un líder lo alaba (siendo su contrario), con toda probabilidad intenta estimularlo para que se estrelle, a no ser que tenga algún otro interés personal o sectario. Todos conocemos a personajes que han forjado su imagen pública a fuerza de las andanadas que han recibido de sus rivales y competidores. Así se adquiere «fama» de tal o cual, y una vez que se le coloca el traje a medida, esa persona sin darse cuenta se adapta a él con naturalidad, termina por asumir que es esto o lo otro, e incluso obra en consecuencia. En España, históricamente la rivalidad ha sido crucial para determinar el curso de los acontecimientos o la forja de la personalidad de los individuos, ya fueran relevantes o pertenecientes al común. Yo achaco esta tendencia, sin razones científicas, basándome en algunas lecturas y cierta intuición, a que vivimos en un país donde la lucha ha sido una constante a través de los siglos. Por el territorio, el poder, los bienes, la vida... Demasiadas fronteras, incontables invasores. Una tierra rica, vieja, hermosa y áspera. La figura del opositor, del contrincante a muerte –aunque sea simbólicamente– es crucial para el españolito, que no sería nadie sin enemigos íntimos. Y se aburriría mucho.