Julián Redondo

A la vida disipada

La Razón
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Tienen entre veinte y treinta y pocos años, una cuenta corriente que no es corriente e idénticas ganas de divertirse que cualquier joven de su edad. Desde que el fútbol es fútbol, los futbolistas salen a refocilarse como cualquier hijo de vecino. El problema es lo inoportuno de algunas salidas y lo ridículo de algunas explicaciones. ¿Qué tiene de particular que Ronaldo celebre su cumpleaños? Nada, ni, aunque la fiesta coincida con el día en que el eterno rival vapuleó al Madrid. El exceso fue de ese hasta entonces anónimo artista colombiano que adquirió notoriedad por su deslealtad, si es que alguien tuvo el detalle de advertirle de que la juerga era secreta. Sin embargo, el colmo de los absurdos correspondió a Jorge Mendes, empeñado en convencer al mundo entero de que Cristiano fue llevado a rastras al «escenario del crimen» cuando las sucesivas entregas del compatriota de James demostraron que Ronaldo se lo pasó pipa.

Al poco tiempo, Messi y Piqué quedaron a cenar con Cesc en un casino barcelonés, un día después de la derrota ante el Málaga y en la víspera del viaje a Mánchester. Entraron a las nueve y se fueron a la medianoche. ¿Cuál es el pecado? El jueves, ágape nocturno de la plantilla del Madrid. Ramos y Jesé bajaron el cierre pasadas las cuadro y media de la madrugada. Si en lugar de salir encapuchados y a la carrera, como si tuvieran algo que ocultar, lo hubiesen hecho con la normalidad de los compañeros que se retiraron más pronto, no habría pasado nada. En cualquier caso, tampoco pasa nada si, como justifica Ancelotti, en el entrenamiento se emplearon como profesionales. La vida disipada no es obligatoriamente libertina ni esclava de las feromonas.