El desafío independentista

¡A por ellos, Mariano!

La Razón
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El nacionalismo mata. Lo comprobé espantado, hace menos de tres décadas y a un día de coche de Barcelona, cuando cubría como reportero el desmembramiento de Yugoslavia. Con tanta frecuencia como ignorancia, los Rufián, Tardá, Gabriel y otros majaderos citan a Eslovenia como ejemplo de que en el corazón de Europa, es posible en 2017 montarse un Estado propio. En diciembre de 1990, el gobierno autónomo esloveno, al estilo de lo que pretenden Puigdemont y compañía este 1-O, celebró un referéndum ilegal y sin garantías en el que participó el 94% de la población y el sí a la independencia tuvo un 95% de respaldo. Seis meses después y enardecidos por la tesis de que eran superiores al resto de yugoslavos y que los serbios les robaban, se declararon independientes.

Hubo una guerra de 10 días, en la que murieron 18 personas y asunto consumado. En esas fechas, al otro lado de la frontera, el gobierno croata calcó la jugada. Convocó un referéndum, en el que los ciudadanos de origen serbio, poco más del 10% de la población, se negaron a participar. Y cuando un mes después, Zagreb proclamó la independencia, se alzaron en armas alegando que el mismo derecho de autodeterminación que supuestamente amparaba a los croatas para separarse de los serbios, les tenía que servir a ellos para independizarse de los croatas, y crear su propio mini estado en las ciudades y zonas donde eran mayoría. Estalló la guerra, pero esta duró cuatro años y se saldó con 40.000 muertos, 3.000 desaparecidos y 600.000 desplazados.

Creo que ese espanto es imposible en Cataluña, donde no hay armas por doquier y los «perjudicados» no son propensos a repartir estopa, sino todo lo contrario.

Proliferan estos días columnistas y tertulianos que reprochan a la mitad no independentista de Cataluña no tomar la calle y haber dejado a los zelotes de la senyera apropiarse del escenario. No haré hincapié en que el porcentaje de no independentistas en Cataluña es cinco veces superior al que existía en la Croacia previa al horror. Si, en que no se puede exigir al ciudadano normal que compita en fanatismo con Junqueras, Colau y los zarrapastrosos de la CUP. Sería como admitir el fracaso del Estado de Derecho.

A quien le toca arreglar esto es a Mariano Rajoy. Suya es la responsabilidad, pues suyo es el poder que le han dado los electores españoles. De su lado están la Ley, la comunidad internacional, los intereses generales, la historia y el sentido común: ¡A por ellos Mariano, que son pocos y cobardes!