Presidencia del Gobierno

A vueltas con la investidura

La Razón
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Terminaron las consultas del Rey y todo indica que estamos en un nuevo bloqueo que impide investir a un candidato y formar Gobierno. La mejora del resultado del Partido Popular y la rotundidad con la que todos los partidos negaban la posibilidad de unas terceras elecciones hacía presagiar que se dejaría gobernar al más votado. Pero terminado el proceso, que esta vez estuvo precedido de contactos personales de Rajoy con los líderes de los otros grupos, seguimos bloqueados, aunque con una situación no contemplada en la Constitución, que llevará inevitablemente a la polémica y a las interpretaciones interesadas de una u otra parte.

Mariano Rajoy ha recibido el encargo del Rey para presentarse a la investidura, y Rajoy ha aceptado. ¡Pero con condiciones!. Algo ni visto ni previsto en la norma, y que ya ha provocado el conflicto. ¿Se puede aceptar este encargo condicionado?. ¿Por cuánto tiempo?. ¿Se puede renunciar posteriormente?. ¿Qué es lo que ha aceptado entonces y en base a qué?. Ya se entrevistó con los líderes de los otros partidos y parece que no estaban por darle el apoyo. ¿Hay algo que no sepamos que le haya llevado a aceptar?. ¿Qué pasará con el proceso y sus plazos si se echa atrás?.

Todo esto empieza a sonar poco serio y poco transparente para los ciudadanos, que oyen un discurso de los políticos y ven como luego hacen lo contrario, anteponiendo intereses personales y partidistas a los generales.

La solución sigue siendo la misma. O un gobierno de minoría del Partido Popular tolerado por la abstención de los demás, y en especial del Partido Socialista y Ciudadanos, o un gobierno de izquierdas tras fracasar la opción anterior, con Podemos y PSOE unidos. O ir a unas terceras elecciones generales en un año.

Sin embargo las posiciones personales y las venganzas parecen estar ahora en la actitud de los líderes de PSOE y C’s, que vieron fracasar su acuerdo anterior y deteriorarse su imagen interna y externa y la de sus partidos. Pedro Sánchez sueña con una derrota de Rajoy al solicitar su investidura como la que le infringieron a él hace unos meses, y volver a abrir sus opciones a un gobierno de izquierdas, con él a la cabeza, que le permita salvar la suya. Rivera quiere vengar el desprecio que le ha profesado Rajoy en todo este tiempo, aunque haya tenido que desdecirse de todos sus discursos de renovación, de ausencia de intereses en sillones y en parcelas de poder más allá de sus escaños en el Congreso, queriendo extender al ámbito nacional lo ocurrido en Madrid, donde ha llegado a poner como ejemplo la «valentía» de su presidenta «por haber aceptado el encargo de C’s de regenerar el PP de Madrid», sin que nadie, ni la interesada, le haya desautorizado, para seguir pidiendo la cabeza de Rajoy. Sólo Pablo Iglesias parece tener una actitud acorde con su resultado y renunciar a otras aspiraciones que no sean la oposición, salvo que sea una pose de todos ellos para pasar una factura alpresidente en funciones y articular posteriormente un «Gobierno de Progreso», como gustan llamarlo, cosa posible pero también compleja.

Cuales quieran que sean las razones, el tacticismo es malo para España, y no resuelve los problemas del país. Y en eso se incluye unas terceras elecciones, si es que alguien tiene la tentación de jugar a ellas esperando mejorar su resultado, y más si se sigue con el desconocimiento y la falta de transparencia que se ha venido produciendo en las conversaciones que se han mantenido, como han reconocido algunos dirigentes populares.

Si de nuevo se fracasa, es el momento de abordar con firmeza cambios en nuestro sistema electoral, en el proceso de designación de candidato a la investidura, y en el papel que debe desempeñar el Rey como jefe del Estado y su alcance en este asunto.

Cambios que incluyan la elección directa del presidente del Gobierno con segunda vuelta, para elegir al más votado. Cambios que acoten la desproporcionada representación nacional de los partidos nacionalistas a su ámbito territorial propio, y que contemplen elecciones directas de candidatos en circunscripciones más cercanas a los electores. Cambios en el papel del Rey, que le permita tomar decisiones sobre designación de candidatos a la investidura cuando se bloquee la misma, o la convocatoria de nuevas elecciones si aquélla no fuera posible.

Ni España ni los españoles se merecen por más tiempo esta situación, que les perjudica gravemente. Si de nuevo fracasara la investidura, deben abordarse los cambios anteriores u otros parecidos con urgencia para evitar que esta situación, –y seguramente otras tampoco deseadas–, se vuelvan a producir.