Alfonso Ussía

Abanicos

La Razón
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Me conmueve esa capacidad del Coletas para estar en todos los saraos. Es como la «Dama, dama» de Cecilia, el niño en el bautizo, la novia en la boda y el muerto en el entierro. El pasado sábado conllevó pancarta y cabecera de muchedumbre en la cabalgata del presumible «Orgullo Gay» celebrada en Madrid. De ahí se desplazó a su productora «La Tuerka», financiada con dinero iraní, cuyo régimen castiga a los homosexuales con la horca. La incoherencia de esta gente tiene mucho que ver con la paranoia, bellísima voz griega con un significado preocupante: «Perturbación mental fijada en una idea o en un orden de ideas».

Pero no es la paranoia la protagonista del presente texto. Lo es el abanico. En la manifestación homosexual –más política que festiva–, Pablo Iglesias llevaba un abanico, y lo manejaba con notable soltura. El abanico rompe la estética del varón. Un hombre abanicándose en público genera recelos de cercanía. El hombre que mejor ha manejado el abanico –siempre azul de mañana–, fue Jesús Aguirre, que lo llevaba a los toros, para airearse si sufría del calor o para taparse los ojos si algún acontecimiento imprevisto sobre el ruedo le producía susto. También se hacía acompañar de su abanico si acudía alguna mañana a la Feria de Sevilla para admirar coches de caballos, vestidos de bandoleros o cartujanos montados por jinetes machos nacidos de los poemas de Fernando Villalón, el poeta de las marismas. Pero no intuyo en Pablo Iglesias el donaire abaniquero.

De los pocos objetos que se rescataron en la checa de San Antón pertenecientes a mi abuelo, Pedro Muñoz-Seca, destaca un precioso cuaderno de cuero que mi antepasado le entregó a Julián Cortés Cavanillas en la noche previa a la madrugada de su sacrificio en Paracuellos del Jarama. Encuadernado en cuero negro y con su motivo en letras doradas. «Para Mis Apuntes. Propiedad de Pedro Muñoz-Seca». Comentarios, ideas, diálogos sueltos y recortes de prensa pegados a sus páginas. Uno de ellos, maravilloso, recortado de «El Diario Vasco» de San Sebastián. «El Lenguaje del Abanico». En aquellos tiempos el abanico era de uso exclusivo de las mujeres. Conviene el dominio del viejo lenguaje para próximas manifestaciones o viajes a Irán.

«El abanico completamente abierto y junto al pecho: ¿Por qué no se decide usted? Mi corazón es libre». «El abanico agitado lentamente: Le quiero a usted». «El abanico, agitado con fuerza: Amo a usted con pasión». «El abanico, cerrado rápidamente de un solo golpe: Inútil seguirme. Mi corazón está comprometido». «El abanico, cerrado lentamente, varilla por varilla: Espere usted». «El abanico contra los labios: No puedo amarle a usted». «El abanico, pasado de una mano a la otra: Le espero a usted mañana». «El abanico, completamente abierto sobre la boca: Haga usted el favor de ser más prudente». «El abanico cerrado y apoyado en uno de los carrillos: Me está incomodando». Y finalmente, «el abanico cerrado y abandonado sobre las rodillas o sobre la barandilla de un balcón o de un palco: Mi corazón ha muerto. Ya no le amo a usted».

El abanico era mucho más que un instrumento semicircular para hacerse aire y procurar una sensación refrescante en la piel de la mujer. Era un idioma. Las mujeres hablaban y se aliviaban con los abanicos, y los hombres se limitaban a traducir sus movimientos y posturas pasando calor. Un tipo que pretende llevar de nuevo a España a la dictadura del proletariado no puede usar abanico, por mucho calor que tenga. Llega a una fábrica o a una mina con abanico, y va a tener que oír muchas cosas. Un líder populista con abanico es otra paranoia.