César Vidal

Adiós, Jesús Hermida

Conocí a Jesús Hermida siendo ya bastante mayor. Me acababan de conceder un micrófono de plata por la dirección de un programa de radio y entre los que los entregaban estaba él. A decir verdad, no recuerdo con exactitud si el galardón me lo puso en la mano Hermida o Pedro Ruiz. A ambos los recuerdo por las conversaciones posteriores al evento. Mientras que Pedro Ruiz, como si fuera el autor de Eclesiastés o un lama, me aconsejó que tuviera en cuenta que todo es efímero, Hermida se interesó muy directamente por mi programa. Me dijo que lo escuchaba habitualmente y por los comentarios quedó de manifiesto que no mentía halagando. Por ejemplo, recuerdo que me señaló que compartía un comentario de crítica literaria de Sagrario Fernández-Prieto –que, pasado el tiempo, ha terminado recalando en este periódico– en el sentido de que «Veinte años después» era la mejor novela de la trilogía de los tres mosqueteros de Alejandro Dumas. Incluso –a la sazón estaba dirigiendo un programa para la televisión castellano-manchega– me preguntó por la edad de Sagrario y cuando le di la respuesta, con tristeza me confesó que le resultaba mayor. De todos es sabido que Hermida tenía un especial olfato para descubrir talentos –no sólo aquellas a las que se dio en llamar con mala baba las «chicas Hermida»– y en Sagrario lo había captado, pero ya superaba la edad para considerarla una novata a la que lanzar. La conversación –que se alargó más de lo que exigía la cortesía– me permitió conocer a alguien que poblaba mi memoria de recuerdos infantiles. Era la presentación en carne mortal del casi único corresponsal español de TVE en el extranjero, aquel que lo mismo te contaba que el norteamericano medio era anticomunista que te relataba cómo a su hijo lo habían robado alguna vez por la calle. La experiencia resultaba tan extraña en aquellos años que resultaba inevitable que millones de televidentes llegaran a la conclusión de que los americanos tendrían rascacielos, pero los españoles contaban con la policía nacional. Para muchos, seguirá siendo un magnífico recuerdo de la etapa del desarrollo y de la creciente democracia, pero, por encima de todo, fue un excelente profesional al que ni siquiera la llegada de las televisiones privadas o autonómicas pudo arrinconar. Había sido incomparable a la hora de ganarse la vida desde aquel momento en que abandonó su tierra natal llevando una caja de zapatos con una chuleta empanada como todo capital. Descanse en paz.