José María Marco

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La Razón
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Si se confirman las predicciones electorales, comprobaremos que los españoles hemos perdido el miedo. No somos los únicos. A los electores norteamericanos les ha pasado lo mismo, como demuestra el voto a Trump. Y otro tanto está ocurriendo con los italianos y con los ingleses. Se ha llegado a una percepción tan negativa de la realidad que ya no importan las habituales barreras que impiden tomar decisiones arriesgadas. Y digo bien «miedo», porque la prudencia, que es el arte de gobernar teniendo en cuenta la generalidad de los intereses, las opiniones y las preguntas que se hace la opinión pública, es una virtud escasa en estos tiempos entre las elites occidentales.

Así que veremos las consecuencias de una situación en la que a la opinión pública se la ha guiado y educado en posiciones de crítica, en muchas ocasiones radical, contra el fondo del sistema liberal, el único que garantiza una convivencia civilizada. El espectáculo que viene no es una revolución. Va a ser más bien el de una política que tomará por modo literal todo aquello que se ha venido construyendo, ya desde el texto mismo de la Constitución, como ideal: aquí están las nacionalidades, la nación de naciones, los derechos sociales blindados, las «narrativas» recientes sobre la no-Transición y la regeneración... Si se confirman algunas de las previsiones, asistiremos a un «sorpasso», pero no del PSOE, sino del orden constitucional casi desde la misma Constitución y apelando a los principios mismos de la democracia.

Las consecuencias no serán sólo de orden político. Va a haber cierre de empresas, cerrojazo al crédito, recortes en el famoso Estado del Bienestar y paro, un paro que –por otro lado– ya no será posible paliar desde una administración exhausta. Y habrá que volver a aprender las reglas del miedo, y las del arte de la prudencia, desde el principio, como si nunca antes hubiera ocurrido na-da parecido. No hay aprendizaje sin experiencia, se suele decir (también con frase más cruda). Está bien, pero no es necesario contribuir a lo peor para enviar un mensaje de exigencia. Lo peor, además, no garantiza la mejoría, al revés. Estos experimentos, difíciles en cualquier caso, lo son mucho más en política, donde se depende demasiado de los demás para que un cálculo como ése resulte verosímil. Lo mejor es dejarse de frivolidades y demostrar el mismo 26-J la necesidad de la prudencia.