Julián Cabrera

Al filo del abismo

No podía ser eso de que el «soufflé» del órdago independentista catalán perdiera fuelle mediático en las últimas semanas. Alguien desde la caldera del desafío permanente al Estado tenía que gritar aquello de «más madera» en un momento en el que las elecciones celebradas en Andalucía y lo que de ellas puede derivarse en clave de nacional acapara la atención política.

Artur Mas y su pareja de baile de ERC Oriol Junqueras –este último necesitado de acallar una creciente contestación interna de su ala dura– han vuelto a abrir la cortinilla para mostrar a una cada día más hastiada sociedad catalana el dibujo virtual de un afable y seductor camino empedrado hacia el paraíso de la independencia, pero esta vez la jugada no sólo conlleva una agotadora «yincana» de elecciones plebiscitarias, mas referendos ilegales y constituciones escritas con esas tintas que desaparecen en minutos, lo realmente preocupante es que Cataluña, abocada desde enero a una precampaña de ocho meses, alargará ese periodo otros dos interminables años de desgobierno hasta que la nueva quimera se tope con la cruda realidad en su plazo fijado para 2017.

Este capítulo del separatismo catalán viene a evidenciar la necesidad de sus responsables de no perder el «negoci» en el que basan el tenderete de su supervivencia política, pero además muestra una inquietante paradoja, porque puede abocar a todo el país a una espiral de inestabilidad política e institucional que es lo último que desean ver los ojos de la confianza exterior y llega curiosamente en un momento en el que el independentismo venía perdiendo algo más que fuelle, ya por debajo de una mayoría absoluta en los comicios de septiembre. Tal vez por ello haya llegado el momento de las mayorías silenciosas.