El desafío independentista

Alvite y las banderas

La Razón
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Tú y yo tenemos mucho en común, lo vas a ver. Nací en el sur del Sur. Crecí en una burbuja familiar plácida y luminosa. El destino y los calculados ahorros de mis padres me llevaron a Pamplona, al norte del Norte. Allí desperté a la vida, descubrí que España era un puzle de ecosistemas y yo, un ser de diferente valor según con quien tratara: norteafricana para mis amigos navarros, exótica ante ojos extranjeros, andaluza sin pedrigrí en opinión de algún señorito, y católica perdida para la causa, en el caso de las amigas numerarias.

Corrían los años noventa. ETA mataba, sus «kale borroka» solían poner bombas en los cajeros pamploneses, nos despertaban muchos sábados. Habíamos asimilado el conflicto con una naturalidad que ahora, recordándolo, me sobrecoge. Esa ETA que tenía como portavoz a Otegi asesinó a familiares de compañeros que compartían aula, a diario, con gente de Batasuna. Para la mayoría, mi padre era empresario, no militar. Qué te voy a explicar, sabes que el miedo es libre. Si algo aprendí a fuego aquellos años fue que los nacionalismos son un signo inequívoco de provincianismo.

Madrid me alivió. Capital de la hospitalidad y de la soledad, a veces. Huyo de las etiquetas, mi patria es la familia y esta España plural, el territorio que nos contiene.

¿Recuerdas cuando La Roja peleó y ganó el Mundial? Corrimos a comprar banderas a los chinos. Se levantó la Península entera. Inolvidables Madrid, Bilbao o Barcelona, desdibujadas sus calles por multitudes. Mi pueblo del sur, regido por Izquierda Unida y sus confluencias, desprendía euforia.

Entonces mi padre colocó su bandera española en la terraza, como los demás vecinos. Quedó ahí, ondeando en lo alto de la casa, destiñéndose al sol. Y la vida continuó hasta que, hace un par de meses, la fachada amaneció con pintadas amenazantes.

Asustado, borró rápido el insulto nacionalista y retiró aquella tela que le recordaba, básicamente, un mundial ganado. Lo supe a destiempo:

-«No, hija, no te lo dijimos. ¿Para qué más disgustos?».

Con la polémica de las esteladas en el Calderón resurge mi indignación ante lo provinciano del nacionalismo, hacia los intolerantes con banderas ajenas, la sensación de que apenas hemos avanzado. Sé que a ti y a mí nos une también Alvite, ¿verdad? El maestro habría hecho magia con este presente: «Aprovecha de las banderas sus sombras e ignora sus doctrinas», tuiteó un día. Consejo de sabio.